A veces la fragilidad se esconde en el escobero. Ese armario que era imprescindible antes y que en las ciudades no se nombra, como no se nombran la alcoba o el altillo.

La vida de una mujer moderna, pongamos, que barre poco y detesta tender la ropa o vaciar el lavaplatos (siempre me dio pereza decir lavavajillas, me parece un upgrade innecesario) se sustenta en el cariño y la lealtad de los suyos, la estabilidad laboral, unas cuantas carreras por el Retiro, pequeños chutes de arte, lectura y escritura y… un hada madrina por la casa que ponga en orden su caos. Poco más.

Pero si el hada madrina se revuelve, la cosa se pone fea. Y la mujer moderna, esa que jamás suplicó por amor, ahora lo hace por retener la magia del hada. Y se levanta antes para recoger la casa e insta a su prole a que arreglen sus habitaciones para que cuando ella llegue todo esté en orden. Que es lo mismo que conducirle el autobús a un conductor. Y llega el delirio a tal extremo que la mujer, angustiada por un potencial abandono, externaliza otras tareas que sabe que al hada le desagradan. Y sólo le falta ponerle un trono para que descanse de cuatro a cinco.

El miedo a que te dejen. Ahora lo entiende. Comprende que hay personas que se aferran a otras como lapas y en el camino hacen el indio. Y no les duele. Tú querías una ayuda en casa para planchar y te has encontrado sujetándole con la espalda la mesa de la plancha. Un desatino.

Luces de Bohemia. Fundación Mapfre

Y ayer, a mediodía, la mujer pensaba sobre el asunto recorriendo la magnífica exposición de la Fundación Mapfre titulada “Luces de Bohemia”. Presunta hermana pequeña de la más rimbombante y no menos magnífica “Impresionistas y postimpresionistas”. Y se daba cuenta de que sin orden en el armario no hay orden en la cabeza -eso que decían las monjas-  que la belleza y el prodigio son antídotos contra la desazón. Y que la mejor compañía cuando te abandonan puede ser un Degás, un Manet, un Van Gogh o un Fantin-Latour, aunque no te abracen.

Y que es absurdo mantener en casa a quien quiere irse, como es absurdo intentar que te ame quien no te ama. Que las personas que están para quedarse no necesitan que les dejes el salón con los cojines recogidos y la pila libre de platos y cucharas. Que el escobero, ese gran invento, resume esas tareas que antes tenían que hacer las mujeres por imperativo doméstico y que  si hay que ir se va. Pero que hacer la pelota a quien uno paga por esa función específica es patético. Innecesario.

Y que las hadas madrinas no existen. Escaparon del cuento hace muchos años. Y se han quedado a vivir entre pinturas de grandes maestros. Paraísos que les templan el alma y les cuentan historias. Esas nanas contemporáneas con las que las mujeres modernas calmamos nuestros miedos.