Mi querida Big-Bang:

Vaya por delante que me niego a ver Torrente-4. No es que me las dé de exquisita, es que no quiero contribuir a la zafiedad del universo. Cierto que en ocasiones me he reído con ese humor de sal gorda tan español, pero luego se me hace bola y necesito desesperadamente un chute de sutileza al estilo de “El Guateque” o “Atrapado en el tiempo”. Esa peli que en realidad es “El día de la Marmota” con la que me troncho en cuanto escucho la música de la banda local de ese pueblo de frikitines donde el pobre Bill Murray vive su pesadilla recidiva.

La risa es el mejor escáner de la inteligencia, dicen, y yo cada vez que reconozco mis debilidades sé que me pones una cruz. Como el objetivo de mi vida no es ingresar en el prestigioso club Mensa, voy a poner todas mis cartas boca arriba. Los payasos nunca me han hecho ni pizca de gracia. Al revés. Me parecen siniestros, tristones y guardianes de un elixir de muerte con todos los matices de la crueldad posible. Ni siquiera se libra El circo del Sol. Ese espectáculo grandilocuente al que le sobran mucho destello, muchos faraláes acrobáticos y le falta emoción.

Pero una vez vi un circo canadiense llamado “Eloize” y un espectáculo, “The Rain”, que conservo como uno de los más puros y sobrecogedores de mi vida. Había una voz en off tranquila que narraba, y muy pocos elementos sobre el escenario, como si el artífice hubiera ido eliminando uno a uno hasta quedar en la esencia. Cada movimiento, cada acrobacia, tenían poesía. Salí trastornada y desde entonces espero que alguien me anuncie la llegada de esa compañía silenciosa para volver a sentir algo parecido.

Ahora que me he hecho la sensible cultureta , te confesaré que yo también fui a ver Torrente-1, y que me partí con algunas secuencias estéticamente repugnantes, como la del restaurante chino. Esto me devalúa ante mi club de fans, lo entiendo, pero después del outing uno se queda muy tranquilo y es posible que la criatura de Santiago Segura conecte con algún gen casposo que llevamos dentro, no sé, y que troncharnos se parezca a un exorcismo de nuestros demonios más zafios y escatológicos.

Dicho lo cual me niego a volver a caer en el torrentismo. Renuncio a los eructos, meadas, pajas, pedos, homofobia, machismo e inmundicia como argumento. Pero, eso sí, seguiré riéndome cada vez que mi Chuki me cuente el chiste del perro Mistetas, y con los hermanos Farrelly aunque lancen semen sobre el flequillo de Mary; y con el pederasta de “Resacón en las Vegas”, y…

…Dios mío, acabo de darme cuenta de que soy una zafia. Te dejo, porque debo reunirme conmigo misma a reflexionar sobre este nuevo ataque de contradicción aguda. Y se me han terminado las pastillacas!.