Mi querida Big-Bang:

¿A ti también te desquicia pisar descalza migas en la cocina, mojarte una sola mano, llevar un botón de la chaqueta colgando de un hilo, ponerte los calcetines desparejados o aguantar los ensayos de flauta del vecinito cada sábado a la hora de la siesta? Me temo que la lista de lo que me solivianta crece y se expande como el agujero de ozono, y si me diagnosticas una docena de fobias al menos tendré una coartada cuando me chisten con la boca en onomatopéyica amonestación y se me alteren los jugos gástricos.

Lo mío con las onomatopeyas merece un aparte. Las detesto casi tanto como a las coletillas del tipo “como digo yo” o “¿vale?”. Odio el verbo “descambiar” y extinguiría del planeta a todos los que arrancan la frase con un “contra más”, exceptuando a mi Jesús Calleja, que entra en la categoría de “debilidades” y le perdono hasta el tinte amarillo canario viudo. También me alteran los seres esdrújulos, y los subjuntivos enrevesados con traje y corbata.

Por seguir abriéndote mi corazón, me producen cierta taquicardia los lentos, ya sabes, y no puedo sino rematar sus frases aprovechando el momento en que paran para respirar. Los codos abiertos en la mesa, los pelos de perro en ropa ajena, los vasos opacos por la erosión del lavavajillas y el pescado congelado.

Antes de que Mr Rubidio proceda a mi linchamiento amparándose en el anonimato, procedo a la autocrítica para autoescarnio y como cura de humildad. Detesto mi propensión a la brusquedad y al juicio exprés. Tus recetas contra la furia y el ardor no han surtido efecto, me temo, y tampoco las enzimas devoradoras del orgullo y la indomabilidad. Hace unos días hice un curso sobre las pasiones y comprobé que con la nutrida lista de las que me devoran podría escribir un tomazo tipo “Guerra y Paz”. La buena noticia es que ya no me confieso, porque de lo contrario el cura se estaría frotando las manos ante mi presencia arrodillada y silente.

¿Lo estoy haciendo bien? Dime que sí, anda, que aunque otro gran defecto sea encajar peor las lóas que las críticas, también necesito que alguien, incluso tú, me pase la manita por el lomo un jueves cualquiera, tipo hoy. Y me hable bajito. Sin onomatopeyas ni palíndromos mal traídos.