Mi querida Big-Bang:

Mi vecina poseída tiene, además de a satán dentro, costumbres exóticas tales como poner la lavadora a las tres de la mañana. Una lavadora en el silencio de la noche es un tanque nazi invadiendo Polonia. Y lo sé porque anoche no pegué ojo, y pasé del estruendo de su satánica majestad del sexto al llanto de radio cuelgue. Ese programa a donde llaman los que no tienen fuerzas para sacar en casa la artillería pesada de su tristeza.

Era una mujer, diría que de cincuenta y tantos. Se confesaba anulada: “Todo empezó cuando nos casamos. Mi marido tomó las riendas de la casa, de la comida que entraba y salía, del tipo de aceite o de condimento para un guiso…”. Yo pensaba: “pues no está tan mal, chitina, que elegir en el súper cada sábado es una trabajera. Y a mí también se me dice qué galletas, qué cereales y qué yogures de superhéroes debo comprar o la liamos parda”. Pero debo confesar que se me saltaron las lágrimas, empática perdida, y que dejé de maldecir ipso facto a la loca del centrifugado.

Los apaleados se manifiestan de noche, llaman a la radio y vacían la mugre de sus vidas, o enchufan aparatos ruidosos para no escucharse. Mientras, las insomnes escudriñamos sin ser vistas, con la imaginación desbocada y la certeza de que no deberíamos estar ahí, en La Ventana, siguiendo con el catalejo el rastro de las miserias ajenas.

“Tú lo que eres es una cotilla del doce, nena, y como el día no es suficiente para saciar tu curiosidad, por la noche tampoco cierras la comisaría”, dirás. Sí, ahora que recuerdo una vez mi hermana y yo hicimos un test para entrar en la Funeraria. Mi padre consideraba que ya era hora de dejor la sopa boba, aunque fuera a costa de la paz de los muertos. Así que allá fuimos las dos, de verde total look una y de rojo otra, como el dúo Baccara de los test psicológicos, y nos pasamos el examen tronchadas de risa y copiándonos las respuestas. El sueldazo en liza eran 400 pesetas de las de entonces. A cambio de ir un par de horas a resolver papeleos con las familias de los difuntos. Una bicoca.

“¿Y por qué quiere trabajar en este ambiente?” me preguntó un señor tras pasar sorprendentemente la primera criba. ¿A esto le llama usted ambiente? Porque yo sólo veo gente con el rímmel corrido, curas chungos y ramos de gladiolos a los que soy alérgica. ¿Suelen tener urbasón, por si me da un repente?. El hombre me miró rarito y me despidió sin más, no sin antes dirigirse a su secretaria: “Creo que esta señorita se toma la muerte a chufla. No es apta”.

Después de semejante fracaso pude haber terminado poniendo lavadoras a las tres de la mañana, pero decidí llamar a radiocuelgue y contar mi caso, que es lo que vengo haciendo cuando me visita el insomnio, satán se pega una pasada por las cañerías del vecindario y la noche me confunde…