Mi querida Big-Bang,

“Cuando un cursi se cruza en tu vida, date por rejodida”. Acabo de inventarme este orgullo del refranero español, que registraré en breve, y he decidido sentarme a saborearlo. Sí, pensarás que hay cosas peores, como que se te cruce un esquizofrénico, un daltónico o Charles Manson, pero estás muy equivocada y pienso defender la solidez de mi refrán con uñas y dientes.

Todo empezó con aquel tipo melancólico que escribió aquello de la pupila azul y que si “poesía eres tú”. Diría que hizo un “por si cuela” y alguna bizca desesperada se puso loca y lo propagó a los siete vientos. Desde entonces empezaron a proliferar los cursis como champiñones, alguien los llamó poetas y ellos se vinieron arriba a golpe de metáforas y novelas de Antonio Gala.

El cursi, entre verso y verso, da por saco mogollón. Yo una vez tuve un pretendiente cursi que me decía que si mis ojos eran como los de un cervatillo, que si mi boca un suspiro de amapola, que si mis pechos…Vamos, que el tío era un guarro y pensó que como el Cantar de los Cantares iba por esos derroteros y yo era pelín meapilas, terminaría holgando con él en el jardín del Edén. Pero nuestro affaire terminó en Valdemingómez, donde el vertedero. Un lugar que da para poca poesía.

El cursi es ladino, relamido y torticero. Utiliza las palabras como un elixir para hipnotizar a los pobres de espíritu, y puede que una tenga poca vida interior, pero detecta la palabrería a la primera. Así que cuando se me activa el radar aunti cursis pongo pies en polvorosa y me leo una de Bukowski del tirón, sabedora de que no encontraré nada parecido a la evocación florida o a la metonimia todo a cien.

Sí, lo confieso, prefiero un pelma a un cursi. Un atormentado a un cursi. Un teleoperador a un cursi. A los primeros les puedes dar el cambiazo en el botiquín y los neutralizas con drogas, pero vaciar el cajón de los adjetivos y onomatopeyas de los segundos es más chungo que coger percebes en Finisterre. Así que hago un llamamiento a la erradicación del cursi con cualquier método. Ya me veo formando una patrulla tipo la de los X-Men, con una pistolilla paralizante de esas tan molonas. Que se preparen, porque cuando me ponen un arma en las manos soy como Chewaka. Y me excito con sólo oír el adjetivo “emblemático”. Poético, ¿eh?