Mi querida Big-Bang:

Camino de mi casa está el follódromo. Un lugar sórdido, que diría mi madre, pegado a la plaza de Toros, donde los solitarios transitan con sus coches, se miran entre vahos y se aparean sin solución de continuidad. Luego arrancan los motores, encienden las luces y aquí no ha pasado nada.

El citado lupanar lleva el gratis total como luz de neón, y tiene espectaculares luces a la M-30. O sea, que uno tiene dos opciones. Orgasmar mirando al tendido 7 o hacerlo con vistas al Tanatorio: Polvo eres y echando un polvo te convertirás. “Quien eligió este lugar para llamar al revolcón exprés sabía lo que se hacía”, pienso mientras un taxi me devuelve noche sí, noche también a casa, siempre pasando por delante de este parque temático del sudor y la tiniebla.

Vale, sí, quisiera mirar un poco lo que pasa ahí dentro, pero no hay huevos de decirle al taxista que pare a la derecha apenas un minuto, que me estoy mareando y necesito tomar el aire. Así que me resta imaginar las caras de los que allí se dan cita sin hora. Caras sin cara, porque fijo que no se miran a los ojos. O lo mismo sí. Tocar un cuerpo extraño debe ser excitante y esquivo. Pon las manos en una camiseta verde limón, levántala y palpa lo que hay ahí dentro. Un olor nuevo, raro, una geografía que no has estudiado en los libros porque este lugar en realidad no existe. El que estuvo no lo cuenta; va, toma lo que desea y se marcha sin dejar propina.

Sexo+palanca de cambios clavada en el esternón=contractura matutina. Una de las leyes que Newton no escribió por dejadez o porque no había Simcas 1000 en su época. Un follódromo como es debido debería tener una roulotte desvencijada con colchón included, digo yo. Porque la clientela allí pasa de los cuarenta -leo con avidez en el periódico- y a esas edades uno no está para mucho contorsionismo, aunque sea rapidillo. Eso sí, tiempo ha tenido de perder la vergüenza si la tuvo y acercarse al tipo del coche de al lado para pedirle con todas las palabras lo que viene siendo un rato de gloria efímera, de bastardo acoplamiento.

Me atraen los lugares prohibidos tanto como los temo. Imagino este jardín bosconiano del edén lleno de condones usados y pantalones a medio abrochar/desabrochar y le pido a mi amiga A.que escriba una historia: “anda, así vamos las dos a hacer trabajo de campo y con la excusa vemos qué pasa realmente”. Sí hombre, bonita, y no salimos vivas ni secas de esa encrucijada. La curiosidad mató al gato. Ya, pero ¿también a la gata?

Noche de vuelta a casa. ¿Por dónde quiere que la lleve señorita? Coja la calle Alcalá y bordee la plaza de Toros. Pare justo a este lado, será sólo un momento. Claro,que sí, ¿se encuentra bien? Depende… Uf,Casi vamos a dejarlo. Arranque rápido, que ahí fuera se la están jugando…