Atrapa a un ladrón

Me gusta que me lleven el café a la cama. Me parece un acto de amor tan simple que debería protocolarizarse y las parejas serían más felices. Un café entre las sábanas resucita los sentidos, predispone al sexo y sale gratis.

A las mujeres como yo no nos enternecen las joyas -aún es pronto- pero sí que nos regalen el oído. Que nos susurren por la noche, o justo después del café. Lo que llevamos fatal es que los hombres nos cuesten dinero.

El asunto no es baladí y me lo sugirió desde el muro del Facebook mi amiga C. Mujer bregada que sale al amor como a la guerra, con toda su artillería pesada. “Siempre que me enamoro la cago. Me ciego, me engaño y confío. El precio emocional es terminar rota de dolor; el crematístico es aún peor. Mis dos maridos querían los mismo: quedarse con la casa y la cuenta corriente”.

Cuendo eres muy joven tener un novio pobre otorga al amor un halo de irresistible romanticismo. La literatura y el cine se han encargado de ello. Según pasan los años, la cosa cambia. Mi amiga C. se enamoró de un tipo en la cola de una agencia de viajes (no del Inserso, mentes perversas). Aquello fue un amor fou en toda regla. Él era atractivo, sexual y…pobre, además de un jeta redomado. Durante meses ella asumió la cuenta de las cenas, los billetes de avión y las entradas del cine. Al fin, nos confesó una tarde: “juraría que D. me coge dinero. El otro día tenía un billete de 20 euros en la certera y cuando se fue él ya no estaba”. Nos quedamos pasmadas y yo sentencié, echando mano a mi poderoso background de cine clásico: “Pues mira, chica, como Cary Grant en “Atrapa a un ladrón”… 

A cierta edad esperas que los gastos de pareja se repartan como los orgasmos (uno él, tres tú)… Es broma. A partir de los treinta, pongamos, un hombre no puede costarte dinero. Tampoco una mujer. Algunas estiran los convencionalismos del siglo pasado y se dejan querer a golpe de cartera. Las que crecimos con las proclamas de igualdad consolidadas por la generación anterior, pagamos e invitamos en una secuencia sostenida. Pero con un hombre tacaño somos despiadadas.

Diré más. El dinero y el amor se contaminan, pero están condenados a entenderse. Si no, el desastre está servido. Soy fan del acuerdo prematrimoniao (prepatrimonial). Cierta fresca que conocí convenció a su novio de que no figuraran en la escritura del piso los millones de más que él había puesto. “Me parece que es vulgar resumir nuestro amor inmenso en unas cifras. Yo, desde luego, no lo haría”. El pobre hombre, noble como él solo, accedió por no incurrir en delito de lesa falta de cariño. Cuando el amor se rompió ella se quedó con la casa -que él sigue pagando al 50%-. Del extra nunca más se supo.

Los divorcios más sonados son directamente proporcionales a las cuentas corrientes. Que se lo digan a Demi Moore y Ashton Kutcher carabobo, a Arnold Schwarzenegger y Maria Shriver Kennedy, a Paul McCartney y Heather Mills, a Madonna y Guy Ritchie…

Moraleja: Si un hombre (o una mujer) te sale caro, regístralo ante notario para que al menos no se te quede cara de idiota el día que la relación muera.  Y aún más. Mientras dure la pasión, el papel quedará sepultado en la mesilla, para que no incordie esa eternidad romántica que a veces es un suspiro y que vale su precio en oro.

Para todo lo demás, basta un café al despertarse. Y unas palabras al oído, tiernas, excitantes…libres de impuestos.