Mi playa de Lord Byron

Otro de los anfibios que vivían entre dos naciones era Ferucio Busoni, italiano de nacimiento y educación, alemán por elección. Desde mi juventud yo no había amado tanto a otro virtuoso de la música como a él. Cuando interpretaba alguna pieza de piano en un concierto, de sus ojos emanaba un sorprendente brillo soñador. Sus manos creaban música sin esfuerzo, una perfección única, mientras su bella cabeza ligeramente echada hacia atrás, rezumaba espíritu, escuchaba y se impregnaba de la música que creaba. Entonces parecía como transfigurado“.

Suelo quedarme en blanco cuando me preguntan por mi libro favorito. No tengo nada favorito en mi vida que no sea provisionalmente favorito. Salvo el amor, la playa de Lord Byron y mi almohada. Pero creo que Stefan Zweig y sus memorias “El mundo de ayer“(Acantilado), que me regaló mi amigo B. hace ya algunos años con la dedicatoria más escueta de cuantas poseo -“Espero que te guste”- es uno de ellos. Su lectura te proyecta a una época profusa y sobriamente descrita a través del sentimiento y la observación penetrante de la realidad. Y con esa inteligencia de los que han ido y vuelto a muchas batallas y saben que para alcanzar cotas de excelencia hay que renunciar a la soberbia, poner en cuarentena los prejuicios, afilar la pluma e invocar al aliento del dios desabrido de las palabras.

Esta madrugada, cuando la lluvia que golpeaba los cristales de mi cuarto sobresaltó mi sueño siempre frágil pensé lo primero en Zweig y en que volveré a leer sus memorias este verano en mi pradera astur. Yo, que pienso que la relectura es un robo a mano armada a otra posibilidad, un hurto a la vida, tengo la intuición de que siete años después esta obra maestra va a alumbrarme un mundo nuevo con su poder transformador.

Uno de mis libros favoritos

El mundo de Zweig, dramático y feroz.

Luego he leído un wasap de mi sobrina: “Minichuki me escribe diciendo que está viendo una peli de hipster y judíos en la Dos. Y digo “cómo que hipsters?”. Y ella; “Ah, es que no sé cómo se escribe el nombre: Hitler!!!!!

El mundo de ayer de Zweig es un chiste de mi hija que nunca pretendió serlo. A John Galliano lo condenaron al ostracismo por un comentario de mal gusto sobre los judíos. En pocas semanas las chukis y yo entraremos en la casa de Ana Frank, atravesaremos la falsa estantería que es una puerta al zulo, a la madriguera de personas amontonadas y en sigilo. Dominadas por el pánico a ser descubiertas. Comprobaremos que Hitler no es hipster. Y que la tolerancia es un valor imprescindible, como la educación y la ética.

Ayer también le preguntaron a mi adolescente en una entrevista para acceder a una universidad quién era ella, cómo se definía. Se quedó en blanco. Cuando me lo contó por teléfono me puse como una furia. “¿Cómo es posible que con casi 18 años no sepas quién eres?“. Se lo conté a D. que, como siempre, me regaló una visión muy poco convencional y acertada del asunto: “Está muy bien no saber quién eres a los 18 años y
reconocerlo. Yo lo reconozco a los 55”.

Ayer tuve un arrebato intolerante, la ceguera. Después, ya calmada, invité a mi adolescente a tomar algo por ahí como venimos haciendo cada día para sentirnos de vacaciones. Recuperamos la conversación que aborté con mis demonios. Me confesó que a la pregunta de por qué quería ser maestra y desde cuándo lo sabía había respondido que lo había descubierto cuidando a sus primos pequeños. Luego le preguntaron que por qué pensaba que tenía cualidades para desempeñar esa profesión respondió: “Porque soy muy paciente y confiable”. Me quedé muda. Mi hija sabía perfectamente quién era y por qué iba a dedicarse a los niños.

Yo también supe quién era. Una arrebatada visceral e impaciente que debería leer mucho más a Zweig antes de vomitar su ira contra una adolescente agobiada por un interrogatorio inesperado después de llegar a la universidad con una madre desorientada que volvió a equivocarse de rotonda y perdió el norte y la fe y, si se descuida, la cabeza.

Casa de Ana Frank (Amsterdam)

En el fondo nunca sabemos del todo quiénes somos. Vamos averiguándolo cada día. A base de perdernos, de someternos a pruebas y a preguntas desconcertantes, vamos cincelando nuestra identidad. Algunos, con suerte, la encuentran y rozan la virtud con las yemas de los dedos, como Ferucio Busoni. Y entonces cuando les preguntan quiénes son seguramente se haga el silencio y en lugar de poner palabras se dirijan al piano y arranquen una melodía rezumando espíritu y con la cabeza ligeramente echada hacia atrás.

Lo que somos más íntimamente se explica con gestos, en silencio. Y mi hija mayor es paciente y confiable, entre otras muchas cosas. Será una gran maestra, estoy segura. A pesar de su madre. A pesar de todo.