El niño de la bicicleta (Le gamin au vélo, 2011)

El engaño es una herramienta imprescindible para las relaciones familiares y, especialmente, para la supervivencia cultural.

Harta de que las chukis pidan bazofia contemporánea, urdes el plan perfecto: Nos vamos al cine. ¿Qué película? “El niño de la bicicleta”.  No dices que es francesa, porque película+francesa=altamente sospechosa.

Hay binomios disuasorios y otros irresistibles. Si tú pones en un título los terminos “niño” y “bicicleta”, nunca se negarán. Es un efecto parecido a sumar parque + atracciones o menú+ whopper completo. Y, para que vayan ligeramente drogadas de glucosa y felicidad, las invitas  a merendar en esa cafetería de Madrid llamada Formentor donde hay que comprar las ensaimadas cuando has ido a Mallorca y por una vez no has cometido la torpeza de ir cargada de cajas de cartón llenas de hojaldre mediocre.

-¿Con vaso de leche, mami?
-Con lo que tú quieras, guapa.

Y así se ponen hasta arriba, felices porque la felicidad a veces es merendar lo que te dé la gana en la barra de un bar, y que tu madre finja que no ha visto que chupabas los restos de nata del cuchillo.

-Pero, mami, ¿podremos comprar unas chuches y unas palomitas para el cine? Papá siempre que vamos nos las compra… dice la adolescente con voz de cordero en un porsicuela que evidencia falta de confianza en el éxito de su misión.

Tú ibas a decir que no, pero te muerdes la lengua porque sabes que al enemigo hay que ganárselo.

-Sí, compraremos palomitas.
-¿Y chuches también, nooooo?, se viene arriba minichuki, que estaba callada, estupefacta y un poco mosca porque su madre, sobria y rancia, se muestre tan dadivosa.

-Bueno, dos o tres…

Llegáis al cine cargadas de palomitas pipas, regalices rojos y hasta nubes de colores chillones. Ellas, felices y sonrientes, se sientan en sus butacas y entonces se dan cuenta.

-Oye, mamá, este cine está lleno de viejos (adolescente)
-Sí, la única niña soy yo…(minichuki)

-Bueno, es que esta peli es muy especial y no dejan venir a los niños.
-Ya…

Empieza la película. El niño, aún sin bicicleta, habla frances. Oh, la,la!. Y su monitor del internado, casualmente, le  responde en francés. Miro de reojo a las chukis, que están aguardando a la espera de un cambio de idioma porque creen que esto es como cuando Yabba el Hut hablaba en “El retorno del Jedi”. Pero no.

-Mamá, ¿pero esto qué es?, grita la ado con ira muy sobreactuada, mientras las otra traga deprisa las doscientas palomitas que tiene en la boca. No nos has dicho que era en otro idioma (quiero pensar que ha detectado que es francés y no raeliano, pero dudo…)

-Claro, como que si sabe que si nos lo dice no venimos! resume minichuki, que es un lince y acaba de hacerse una composición de lugar muy completa de mi maniobra.

La cultura tiene su precio. A veces una indigestión de glucosa. Pero compensa si ves una gran película y las chukis se la tragan sin pestañear. Como el whopper completo, pero sin toxinas.

Cuando a la salida me hago la madre mega guay y trato de arrancar un cinefórum, la adolescente me pone en mi sitio.

-Déjalo y no “te motives”, que ya lo hemos “pillaó”.

La próxima vez exigiré mis subtítulos y una ensaimada llena, atiborrada, de nata.