Melanie y Tippi Hedren

Siempre me ha gustado Melanie Griffith. Esa mujer de voz gatuna y ojos de haber pedido auxilio muchas veces. Esa actriz conmovedora que no finge y que arrastra una herencia envenenada de mitos y pastillas para dormir regadas con alcohol. La superviviente de todas las catástrofes. La madre amantísima y, claro, la esposa –ya ex esposa- de Antonio.

Melanie lo hizo todo demasiado deprisa, cuando su fragilidad no ofrecía armas al peligro. Cayó en las redes de un mal actor a los ¿catorce? y del brazo de Don Johnson -ese rubio de cejas negras- quemó etapas mientras su figura adolescente conservaba la inocencia de los buenos que caen inevitablemente en un túnel oscuro pero no se contaminan del mal de la canalla.

(Paréntesis. Mientras escribo se me acerca J., diez años, hijo de mis amigos que anoche durmió en casa. “¿Y tu marido?”, quiere saber. “No tengo marido, cariño, estoy divorciada. Pero mi ex marido es muy bueno y nos llevamos muy bien”. “¿Y por qué no te casas otra vez?”)

Sigo con Melanie. Su ronroneo junto a Antonio Banderas, el tatuaje con el nombre de su amado, y siempre agarrada a él, tabla del naúfrago. Y esos besos ante las cámaras, y ese gesto de quien siente que debe vigilar no sea que otra llegue y se lo quite. Porque parecía que en Antonio ella encontró un puerto seguro, el lugar para guarecerse de tantas tormentas que la amenazaban. Y consciente del riesgo puso diques al paso del tiempo, se machacó para evitar que su cuerpo se relajara, que sus rodillas se cuartearan, que su cutis permitiera contar una historia acorde con su partida de

nacimiento.

Y todo mientras los tabloides publicaban de cuando en cuando sus crisis matrimoniales, reales o ficticias. Y también de cuando en cuando Antonio declaraba en entrevistas su amor incondicional, o que Melanie había recaído en los fármacos, sí,  pero sólo un rato. Y la rodeaba con un brazo poderoso para evitar que víeramos que se tambaleaba, tan rubia y aferrada a un escote agónico. An-to-nio.

Y Melanie parecía no ser sino a través de Antonio. O a través del cine. Y Antonio se ha ido. Y el cine ya no la reclama porque pasó la barrera de los cincuenta. 

La noticia de esa separación anunciada me da pena. Mucha pena. Pero, querida Melanie, mira el lado bueno. Ya te puedes relajar. Nadie te va a quitar al hombre. Apaga los focos, duerme tranquila. Deja que los años te atraviesen y dejen su huella y su fragancia sabia en tu piel. Ya pasó, ya no hay brazo en tu cintura pero no tienes por qué caerte. Muéstranos tus arrugas y tu fe. Hazte mayor, no pasa nada. Sé tú. Muchos ya te estamos aplaudiendo.

(Vuelve J. Me sonríe. “Tu hija C. es una buena persona”. Sí, cariño, lo es. Y tú también. “Yo más”, responde convencido. “Hay que ir con los buenos”, digo. “No todos son buenos”, masculla él)