Mi querida Big-Bang:

Muy mal se nos tiene que dar para no cagarla estrepitosamente. El dedo tonto me hace mandar sms sin ton ni son. Así es como he despertado hoy a J., que debe estar jurando en arameo contra mi estirpe porque no hay nada más molesto que un pitido de teléfono en la madrugada que no va acompañado de una noticia bomba. Mi sms decía sólo “Así…”, y el hombre ha estado cavilando si era el principio de “así que pasen 20 años”, “así se las ponían a Felipe II” o “Así damos por saco las rubias de bote cuando la madrugada nos sorprende sin ideas deluxe”.

Y eso que mi último pensamiento de anoche giró en torno a un tema sesudo: la mediocridad. La culpa la tuvieron unos amigos con los que compartí dim-sum, pollo a los cinco perfúmenes (o algo así) y salsa agripicante para contaminar un país entero. El motivo, discutir sobre política, después del resultado de las primarias del PSOE nos parecía un asunto apasionante y nada baladí. Pero con comida picante el tono sólo podía ser ardiente: “ODIO LA MEDIOCRIDAD”, dije a modo de speech introductorio, y mi amigo D,. que es un tipo cabal, me dio la razón mirando de reojo el sillín de mi bici, que siempre me llevo a los sitios para que los cacos no me afanen mi mediocre medio de transporte.

Y a lo que vamos. Una cosa nos llevó a la otra. ¿Dónde está la grandeza de los políticos? ¿es necesario un momento épico para que se concite a los talentos? ¿por qué los seres anodinos se visten con siglas diversas y se tiran a gobernar Parla como si fueran Sócrates y sus peripatéticos? ¿Hay que defender a un candidato porque proceda de un barrio obrero?¿o porque no haya robado, presuntamente?

“Tú lo que eres es una pija de barrio elitista”, concluyó mi querido R. “Y tú un artista que se siente etiquetado como obrero.Pues que sepas que yo trabajo, y mucho, y encima voy subida a un transporte que no contamina, y ese candidato es un tipejillo”. La vehemencia me estaba poniendo violenta, y el siguiente paso era negar la democracia y proponer un golpe de estado perpetrado por sabios sin tentaciones crematísticas. Y así lo hice: “Con lo bien que estaríamos en una dictadura del saber donde se prohibiera el uso del adjetivo emblemático y las botas altas de corsario”. Dicho lo cual me metí un dim sum a la boca con tal énfasis que casi me ahogo.

Por la noche el tipejillo hablaba en la radio. Estaba exhultante con su victoria y practicaba el buenrollismo universal. Sin variar el tono echaba balones fuera a las preguntas venenosas y metía pullitas contra la que será su rival, si Parla no lo abduce de aquí a un año. Me temo que me quedé dormida entre sus brazos porque he despertado con un fuerte ardor de estómago y una convicción.La política mediocre y la comida agripicante de los chinos son claramente incompatibles. Pero los amigos con los que se discute sin que la sangre llegue al río, una bendición del cielo. O del infierno.