Quedo con un hombre que conocí una vez. Un ejecutivo de alto standing. Lo han despedido de la empresa donde estaba pero a lo largo de toda nuestra cita no escucho ni una sola vez esa expresión. “He salido”, o “el día de mi salida” eso es lo que repite dos o tres veces, sin un asomo de tristeza ni autocompasión.

Los hombres “salen”, a nosotras “nos despiden”. 

Por supuesto, no es una regla general. Sucede más con los altos cargos. Un albañil a quien echan del tajo no es que salga, es que lo tiran al vacío para que se estrelle. El lenguaje, una vez más, contribuye a cincelar la realidad. Imagino que si te sientas  a la mesa y hablas de tu salida, te autotrasfundes una fuerza, un extra de dignidad y orgullo, que funciona a la hora de volver a encontrar empleo.

A nadie le gustan los perdedores, los quejicas, los que se lamen las heridas en público. Pero nos ha tocado vivir un momento de guerra donde el parte de víctimas crece cada día y algo hay que hacer. Mi amiga L. decidió dejar el lamento y pasar a la acción. Con parte de sus ahorros se matriculó en un master para potenciar la imagen personal. Está encantada no porque piense que va a encontrar trabajo, sino porque ha colocado su maltrecha autoestima en una estantería menos polvorienta, más de enseñar a los invitados. L. está a dos minutos de llegar a cualquier cita y hablar de “su salida” sin que te tiemble el pulso.

A C., sin embargo, le dieron tentaciones de buscar un curso de “Porque yo lo valgo” pero no estaba en ningún programa, ni siquiera en los de CCC, ese lugar misterioso que se anuncia en la radio desde que soy pequeña y que siempre imagino oscuro y lleno de señoritas tecleando una Olivetti, al estilo “Amar en tiempos revueltos”. C. nos reunió a las amigas la otra tarde para confesarnos que anda sumida en una profunda depresión. Que no es que no oiga nuestras llamadas, es que no puede coger el teléfono. Una fuerza superior se lo impide. “He perdido a dos clientes porque me vi incapaz de acudir a sus citas”.

Sí, hay pastillas para eso, pensaréis. Y ella las toma diligentemente desde hace unas semanas. “El problema es que siento una euforia completamente postiza, que no se corresponde con mi estado de ánimo real”. ¿Habrá que inventar píldoras que nos hagan olvidar que tomamos píldoras para no hundirnos?

Hoy los periódicos llaman a la euforia y al triunfalismo. España 4-Irlanda 0. “Repite: Es-pa-ñol”, titula uno de ellos. Me quedo fría, pero imagino que a algunos les vendrá bien un chute de ardor guerrero para recomponer el maltrecho orgullo nacional. Yo lo vivo como el Prozac de mi amiga, ese que le dispara la alegría pero no le hace borrar la evidencia de la crisis, del riesgo de intervención y de las tortuosas maniobras de esos hombres con poder que cualquier día serás destituidos, espero, por engañar en las cuentas, por despilfarrar en Marbella, por traficar con los votos conseguidos.

Pero a esos tipos, ya veréis, no los va a echar nadie. Ya están negociando “su salida”.

Y siempre es más airosa que la tuya.