1.A mí no me gusta Jazztel, por más que a mis vecinos del muro de Facebook, al parecer, les llegue este mensaje de cuando en cuando sin mi permiso y sin que nunca haya clicado una tecla de adhesión. Por si acaso, tampoco me gustan los frutos del bosque (por ácidos y pellejudos), el marido de Elsa Pataky, las novelas históricas, la bici elíptica, el tecno, los museos de cera, los tertulianos huecos, el exceso de gerundios ni las lacas de uñas irisadas.

2.Hay encuentros fortuitos que te revalorizan socialmente. Anoche, cena de chicas (dos madres, dos adolescentes) en Iroco. De pronto aparece L., tan guapo, trajeado y rechinflante como siempre, besa la mano ceremonioso a mis acompañantes y me presenta a sus partners de mesa: un arzobispo vestido de tal y un cura de alta graduación. Este último conoce bien la revista donde trabajo, me informa, y alaba “mi glamour” con un vistazo elocuente de pies a cabeza. Cuando regreso a la mesa, mi hija &co me preguntan ojipláticas que qué ha sido eso. Nunca un hombre menor de 40 (ni mayor) les había saludado con un besamanos. Nunca un cura de uniforme había piropeado a su madre. Nos hacemos cruces las cuatro.

3.Alquilo en Amsterdam un piso moderno y adecuado para una serie de televisión de treintañeros indiepijos para mi chukiescapada y el dueño, un tal Sasha, me pregunta preocupado si mis kids son noisy al saber que iré acompañada de menores. Le aseguro que son unas pellejas, respondonas, desagradecidas, irritantes y a ratos abúlicas pero que los decibelios están controlados. Sasha se lo piensa unas horas y luego me envía su conformidad con un cálido “welcome home“. Respiro aliviada y ya nos visualizo surcando canales en bicicleta, pateando los mercados de flores y perdiéndonos en los brazos de Van Gogh con una Heineken fresquita a la salida. Qué gozada.

Amsterdam, allá vamos

4.Acudo con L. a la presentación de la nueva colección Panthere de Cartier y nos quedamos sin aire delante de las vitrinas. “Debo estar haciéndome mayor, porque de repente me gustan estas joyas”, le confieso. “Y yo…”. Nos enamoramos de un colgante sencillo pero definitivo. Si me lo pusiera me sentiría un poco Liz Taylor, un poco Wallis Simpson, un poco Gloria Vanderbilt. Son en epítome de la belleza que admiro. Nada estridente, refinada y con un punto de locura extravagante. Amo esas panteras (que lo dija mi Facebook, si le place).