A veces tus hijos te caen muy mal. Sobre todo cuando vuelves en tren y en lugar de agradecerte las vacaciones siguen pidiendo. Sobre todo cuando tú lees a David Vann, al que habías abandonado por su desnuda crueldad una noche de terror y pesadillas.

David Vann es un tipo que te araña las tripas y, conseguida la desazón, te las retuerce hasta provocarte el vómito. Y tú, que ayer volvías tranquilamente en tren, te diste cuenta de que viajar en el sentido contrario a la marcha y enfrentada a una familia con bebé cagón no iba a ser una bicoca.

David Vann, insisto, es un escritor que destroza la familia y luego se toma un whisky. Y te deja regurgitando dolor y menosprecio hacia la institución más ¿sagrada?. Esa que no merece tanto, piensas tú, mientras la madre hace cucamonas al cagón y pasa del padre, un pobre hombre aparentemente inofensivo que se ofrece solícito a sostener el potito de frutas.

Podía haber sido peor, reflexionas. Si el potito hubiera sido de pescado, la naúsea no te la habría provocado David Vann, sino los efluvios de un alimento aprobado por la industria que huele a podrido y se le da a los bebés para que crezcan y desarrollen inquina contra sus padres. Y luego los encierren en un altillo y los empareden a paladas. Como David Vann en “Tierra“.

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Un bebé es un ser que se deja hacer porque no le queda otra. Pero no olvida. Y teje su venganza haciendo ruidos, y cagándose en el tren. Y esa madre incómoda tiene que elegir entre detestar al ser pequeño o al marido. Y siempre elige al marido. Y lo mira con rencor indisimulado, como si el que llorara, se retorciera y se cagara fuera él.

Y aún más. Una familia es una propiedad transitiva y ruidosa que viaja en AVE y no se disculpa ante los vecinos de asiento. Ni siquiera ante la mujer que lee a David Vann y siente retortijones porque hay tabúes que cuando se rompen te exponen ante una realidad obscena y sin regreso. Como no cabe hacer el vacío al  potito de pescado una vez que lo has abierto.

A veces tus hijos te irritan, porque muestran lo peor de ti. De un tú que tú no exhibes. Y entonces apoyan los codos en la mesa y se llevan la cuchara a la boca con desgana, y sorben la sopa y bajan el culo hasta el extremo de la silla. Y ponen cara de asco. Y te piden más, y más.

AVE, escenario de tantos crímenes virtuales

Y una parte de ti saca la pala como Galen, el pequeño monstruo deTierra“, que en realidad -ya te has dado cuenta antes de atravesar Córdoba- es una víctima del sistema llamado familia. Un sistema tóxico que tapa su hedor con colonia Nenuco.

Y entiendes que el sentido freudiano de matar al padre y a la madre era literal, pero lo convertimos en literatura para no llenar las cárceles de asesinos. Y te das cuenta de que entre toda la basura  que se imprime hay autores, como David Vann, que cuentan lo que nadie se atreve a contar. Y que lo hacen tan magistralmente que sólo te queda tragarte la bilis y sonreír al bebé maloliente deseándole que un día le tire el potito de pescado a su madre en el escote, aprovechando el traqueteo del tren, y fragüe así su pequeña venganza ante la mirada aprobatoria de la mujer que no ha podido respirar sumida entre las páginas de un manual para asesinos en serie disfrazado de novela inocente.

(A veces los libros te permiten superar la desazón que te provocan los tuyos. Y dejar de escuchar, por un rato, las voces atronadoras de una familia convencional que ha estado a dos minutos de disolverse en un punto indeterminado entre Ciudad Real y la capital del reino).