Mi querida Big-Bang:

Ayer tuve una conversación muy reveladora mientras me perdía por la M-50, una de mis grandes especialidades. ¿Por qué tenemos hijos? Hasta hace un par de generaciones, la perpetuidad del apellido tenía un fundamento económico, de sostén familiar. Pero hoy los hijos son una ¿bendición? que se queda en casa hasta los 35, con suerte, y piden la paga y el derecho a retozar con sus novios al otro lado del tabique. Para cuando se van, estás exhausto y en blanca, Entonces ellos tienen hijos y te los llevan para que los cuides, en un círculo diabólico que te remata y garantiza una vejez espantosa. O sea, que el sostén ha pasado a ser el yugo.

Un peaje…o y otro despues, seguíamos conversando. Algo que es bien sabido que no suelen hacer las parejas.  “¿¿Te imaginas que nos pasamos la noche en círculo, pagando peajes?”, me reta mi querido J., desde esa posición desahogada que otorga no tener carnet de conducir pero sí una ironía del 17. Y a continuación, la respuesta del millón: “Creo que hoy tenemos hijos para consolidar la identidad que nos falta. Si eres “el padre de” ya eres algo inalienable, tangible”. O sea, que la paternidad te brinda un estatus. Además de responsabilidad, besos, colas el día de las notas, broncas el día de las notas y una despensa a prueba de atracos.

Cuando conseguí salir de la citada carretera, sin tener ni idea de dónde estábamos, continuamos con la reflexión. Esas familias que salen a la calle con los hijos bien peinados y vestidos a conjunto los domingos…¿qué están demostrando? ¿el amor incondicional o la fortaleza de grupo? Son algo parecido a los desfiles de las Fuerzas Armadas, pero sin corneta. Exhiben sus armas triunfalmente, pero en lugar de estandartes llevan melenas rubias con lazos tiesos y zapatos merceditas. Así era hace 30 años. Así sigue siendo, al menos en mi barrio.

Dirás que cómo tengo el morro de cuestionar la familia española con dos chukis en edad de desmerecer. Y sí, tengo ese morro y mucho más. Adoro a mis chukis, pero no son mi brazo ni mis piernas. Cuando se van no siento el vacío, sino la extensión de mi territorio. El silencio. La sensación de que todo es posible y que la individualidad mola aunque no te permita cruzarte los domingos por el barrio con familias complacidas de sí mismas y compartir experiencias comunes como padres, apasionantes disertaciones acerca del Dalsy, de los piojos o de la función del colegio.

Creo que, de alguna manera, tenemos hijos por cobardía. Porque estar solo te coloca en un abismo. Porque el olor de un niño recién levantado que te echa los brazos es una sensación única, cálida. Porque te garantiza la ocupación de muchos ratos muertos. Porque te hace un héroe sin necesidad de una gran gesta. Porque te brinta mil excusas cuando no te apetece hacer algo. Porque el día que descubres en tu hijo un gesto tuyo es una promesa de inmortalidad. Porque todos lo hacen y ser minoría nunca fue cómodo. Porque el amor gratis es el amor real, aunque encierre muchas mezquindades y demasiadas servidumbres.

Verás que sigo perdida en algún punto de la M-50. Corre a rescatarme o terminaré cuestionando todos los pilares de la sociedad. Y así no hay quien viva.

P.D. Familias que me gustan: Los Simpson, La familia Adams, Los Increíbles, los Bundy (Matrimonio con hijos), los Channing (Falcon Crest), los Soprano