Nelson Mandela en la cárcel

“La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que él
considera como su deber para con su pueblo y su país, puede descansar en
paz. Creo que he hecho ese esfuerzo y que, por lo tanto, dormiré para
la eternidad” (Nelson Mandela)

Anoche escuché a Obama despedirse en directo de Nelson Mandela. Un símbolo que muere es mucho más que un cadáver. Todo eran lóas. Epítetos. Panegíricos. No hay tantos hombres ni mujeres capaces de cambiar la historia. Ni de detener el tiempo al abrir los informativos de todo el Planeta.

Hoy leo que Sudáfrica sigue inmersa en la desigualdad. “Las promesas de Mandela eran muy románticas”, desliza un analista. El romanticismo, pienso yo, es un ingrediente fundamental en muchos cócteles, aunque pocos lo reconocen. Pero el día que falta, la bebida sabe a rayos. Sudáfrica sin Mandela es un país con once lenguas oficiales, un 10% de blancos y minas que cotizan en la City de Londres y explotan, vaya por dios, a los negros. Pero nadie se atreve a culpar a Mandela de haber contemporizado en exceso con la minoría poderosa. Era necesario en 1994. Conseguir unos mínimos tragables requiere en ocasiones pagar un alto precio. Mandela hizo lo que pudo, lo que pensó que había que hacer. El mundo entero se rindió al símbolo y Sudáfrica dejó de ser un “problema” en los libros de texto de los escolares del llamado mundo libre.

Lo malo de los mínimos es que un día se revelan claramente insuficientes.  Cae el símbolo que los encarnaba, desaparece el romanticismo, y cae todo el equipo. La muerte de Mandela sirve para dos cosas, al menos. Para poner en evidencia la mediocridad famélica de los líderes del mundo hoy y para desenterrar las miserias de un país, Sudáfrica, que sigue necesitado de observación y de reformas. Muerto el símbolo, resucitó la rabia. Algo me dice que al presidente del país, Jacob Zuma, se le habrá quitado un peso de encima.

A veces los símbolos estorban a la evolución. Y la congestión de garganta me lleva a plantearme qué hubiera pasado si  Jesucristo no hubiera muerto tal y como nos cuenta la Biblia. ¿Un mito sin muerte nos condena a cambiar el signo de la historia y su relato?

Hoy tendremos todos sobredosis de romanticismo y estará bien. Ninguna historia sobrevive a la ausencia de ritos de admiración y cariño. Mañana, sin embargo, Sudáfrica se levantará huérfana de titulares y tendrá que sobrevivir sin Mandela y sin responsos. Tan sola, tan cansada.