Leo que la paga de los niños españoles ha descendido un 38 por 100 entre 2008 y 2012  y espero que mis chukis no se me revuelvan y me planteen una huelga de brazos caídos o, aún peor, llamen a las puertas de algún sindicato y se lancen con pancartas a la calle contra el abuso de las madres tacañas.

El asunto de la paga semanal no es anecdótico. Mi madre jamás nos dio paga, y cuando alguna vez se la pedimos, la rutina no duró más allá de dos semanas. Se suponía que los niños teníamos nuestras necesidades cubiertas, así que para comprar chucherías no era necesario disponer de nómina infantil ni pagas extras.

Menos mal que mi abuela se estiraba de vez en cuando y nos daba por lo bajini “una propinilla” que mis hermanos y yo recibíamos alborozados y nos gastábamos ipso facto. El ahorro no tenía mucho sentido si desconocías cuándo volverías a echar alguna moneda a tu hucha.

Cuando fui madre asumí algunas de las taras de la mía, incluidos los impagos. Contribuyó sobremanera que mi hoy adolescente tuvo una época mangona allá por los siete años, que terminó cuando la dueña de la caseta de las chuches que había intramuros del colegio (muy adecuado, pensaréis) llamó por teléfono para chivarse de que mi hija llevaba a veces dos o tres euros y se los fundía en gominolas. Aquello era un capital, y su padre y yo hicimos un careo con la ladronzuela y amenazamos con denunciarla a la policía si volvía a incurrir en el delito.

La pobre, al parecer, sólo quería ser popular. Era de esas niñas tímidas que saben que sin regalos no hay paraíso. Así que hubo que contarle esa lección de que el cariño debe ser gratis, no de pago, y que hay niñatas de patio que no valen un chicle ni un regaliz.

Unos años más tarde nos convencimos de las bondades pedagógicas de la paga. Aprendería a organizarse o a pasar cinco días sin un céntimo en caso de gastar por impulso.  Recuerdo que la primera paga fueron 50 céntimos, que iban incrementándose hasta los diez euros semanales que la bruja reclama puntualmente cada jueves.

-Mami, ¿me das la paga?
-Sí, anda..toma. ¡Ay, si no llevo nada en el monedero!
-Ya empezamos…
-Vamos juntas al cajero y te la doy.
-¿Y no me darías un extra que hoy cenamos y un Whopper ya vale ocho?
-Bueeeeeeeeno. Toma estos 20 euros pero no gastes todo.
-¡Esa es mi madre!

Como empresaria doméstica soy un crack, como veréis. Jamás veo las vueltas, pero me hago un poco la loca.

Respecto a Minichuki, desarrolló de muy pequeña un agudo olfato para los negocios que incluye la recogida de toda moneda o billete que se encuentra por la casa. “No es de nadie, está claro”, debe pensar, y lo guarda cuidadosamente en un monederillo de plástico a modo de banca a la que recurre la adolescente semana sí, semana también.

-Mamá, la hermana me debe 30 euros, protesta Minichuki
-Pues reclámaselos
-Es que me amenaza…
-Pues no le prestes más, so tonta.

Me llena de orgullo y satisfacción tener bajo mi techo a una banquera prestamista y a una manirrota vocacional. El flujo económico de la vida. Creo que hoy les anunciaré pomposamente que la crisis me obliga a bajar sus pagas un 38% para hacer que se cumplan los titulares de los periódicos. Y que tienen suerte de que no les cierre el grifo, con la que está cayendo.