El Papa Francisco, ese hombre que idolatro a nivel platónico, me tiene desde ayer sumida en un pozo de desconcierto:

“La Iglesia católica
sigue prefiriendo enterrar a los muertos, pero en el caso de que –por
razones higiénicas o por la voluntad expresa del finado—se optase por la
cremación, prohíbe desde hoy que las cenizas sean esparcidas, divididas
entre los familiares o conservadas en casa
. Según un documento
redactado por la Congregación para la Doctrina de la Fe –el antiguo
Santo Oficio– y firmado por el papa Francisco, la prohibición pretende evitar cualquier “malentendido panteísta, naturalista o nihilista”.

Malentendido panteísta, naturalista o nihilista. ¿Y eso qué es?

Entiendo que las cenizas del muerto son como el azufre y podrían confundirse de camino y terminar en el último de los círculos de Dante. Nadie quiere churruscarse tontamente. Los partidarios de la incineración, al menos yo, tememos la visión gore de nuestros higadillos devorados por los gusanos y preferimos hacernos un “Dust in the wind” como Dios manda.

O como mandaba. Porque la Iglesia con mi Francisco a la cabeza (así lo llamo para regodeo de amigos y adláteres) nos ha pinchado el globo. Se acabaron los altos vuelos, vuelta a la catacumba o al columbario de iglesia o cementerio. Un lugar donde atraer a la familia para que murmure letanías y se sorba los mocos, y no esa cosa hippy de viajar a Torrevieja para lanzar los restos en una playa triste del invierno oscuro.

Pensando pensando es posible que mi Francisco se haya rendido a la fuga de clientes vivos y pretenda retener a los muertos. O, astuto como es él, quizás cavila que un tarro de cenizas para ateo o agnóstico es como polen para las abejas, y que si atrae al camposanto o a la cripta a esos desnortados sin fe bien podría convencerlos con una buena lectura de San Pablo o un Mesías de Häendel a todo trapo (sí, hay piezas que te hacen ver a dios9 y la peripecia del músico en la composición del fastuoso oratorio bien vale una misa.

A partir de ahora, al parecer, uno puede morar en bote dentro de su parroquia siempre que haya sido feligrés pata negra y abone una cantidad variable (la que más suena es 3000 euros por 30 años, espero que prorrogables). Y habrá que ver qué piensa el Ayuntamiento de Carmena (como ceniza madrileña futura que soy) de que los curas les quiten una parte del negocio de la muerte.

Por si acaso, he dispuesto que las chukis me metan en un tarro y finjan que se tropiezan camino del columbario, en una zona bien encharcada. A ver quien es el guapo que se agacha a recogerme. No quiero ser custodiada de muerta por nadie y la idea de generar malentendidos nihilistas me seduce intensamente.