No puedo con las parejas que se llaman “cari”. Son casi peores que las que se dirigen al otro como “papá” o “mamá”, y juro que tengo alguna a mi alrededor, coetánea para más señas. Con el paso del tiempo, lo más romántico en el amor es que él o ella te llame por tu nombre completo, y no diré por el apellido porque sería exagerar, y ya sabéis que antes muerta que hiperbólica.
Somos lo que nos llaman. Excepto si se trata de un insulto, que en ese caso rebota en la cara de quien lo pronuncia. Eso le digo a las Chukis cuando me cuentan dolidas que les han llamado tal o cual cosa. A veces lo que les dicen es tan verdad que me sale una sonrisilla lateral y tiñosa, y entonces se cabrean como monas y me la devuelven corregida y aumentada:
-Y tú eres una madre a la que se le olvida darnos la merienda.
Touché. Me sucede a menudo que olvido que los niños tienen la costumbre de comer entre horas y que si no es así les da un bajón de glucosa tal que se pasan la cena jorobándote, cuando todo podía haberse evitado con un bocadillo de jamón ibérico o de Nocilla, en su defecto.
Melasudista. Eres una madre melasudista, me dicen, y reacciono con la misma virulencia que si me hubieran llamado “cari”. Pero no me faltan recursos del tipo “los niños de hoy en día están megacuidados, y luego vienen las alergias”. O sea, que tú les das la merienda a diario y el día que no se la das entran en brote en lugar de echarse al campo a por unas briznas de hierba, que alimentan lo suyo.
Los enanos de real life son pusilánimes y demandantes como no lo fuimos las ateriores generaciones, que nos hacíamos el bocata solos y, en su defecto, gorroneábamos un mordisco de los ajenos (y ahí debo reconocer que con cierto asco, porque aunque soy de familia numerosa -todoterreno- arrastro el trauma de los olores de comida de patio de vecino, que siempre me parecieron repugnantes).
Mi problema es que no encuentro un modelo de madre aspiracional. La de Modern Family me gusta porque está buena, pero ese orgullo de pringada que se queda en casa cuidando tres fieras y un marido tontaina no mola demasiado. La de Mad Men, tan rubia, tan perfecta, encerraba un polvorín peligroso y era triste y alcohólica en potencia. Y la madre de Bambi murió, así que tampoco. La mía siempre ha sido un sargento y como abuela no suelta el bastón de mando, de manera que no me sirve porque entraría en bucle al chocar conmigo misma, y para ese trauma no hay diván freudiano que valga.
O sea, que no me gustan las madres y soy una paradoja que debo resolver antes de que mis chukis me condenen al asilo donde un viejete cachondillo y desdentado me llame “cari” y me meta mano en el sofá del salón de la tele, mientras espero la visita de esas chungas rencorosas a las que convertí en el enemigo por no darles la merienda ni ser una mamá de manual, de cuento, de serie de televisión.
Y ahora que caigo, sí tengo una heroína, o puede que dos: Marge Simpson y Morticia Adams...
Espero no olvidarme hoy del bocadillo.