Mi querida Big-Bang:

Anoche hice un corte de mangas al fútbol (uno más, por tanto podría obviar la reseña, pero no) y fui a ver “Madres e hijas”, de Rodrigo García. Mi engrasada máquina de enteradilla con prejuicios y cierto barniz barato de espectadora fetén se puso a elucubrar: “será la típica comedia fácil que explota el vínculo a partir de lugares comunes, como la incomprensión, la rivalidad, los celos…para luego terminar edulcorando con música de violines eso que nos han vendido envuelto en lazos y celofán rosa”. Sí, mola ser tan sagaz. Pero no.

Una madre es una bomba de relojería. Una figura de largas manos que con la coartada del presunto amor sin cortapisas puede ser culpable directa de los peores capítulos de una vida. Pero casi siempre sale de rositas. Como soy madre me siento libre de desenfundar toda mi saña contra el lobby más poderoso del planeta, sí señor. Con ayuda de Rodrigo, desde luego.

La película no se corta y señala con el dedo a la primera madre, la que obliga a su hija adolescente a entregar su bebé en adopción y la condena a arrastrar una sombra amarga varias décadas. Hay otra que querría matar a su bebé porque berrea,y que confiesa no amarlo. Y una tercera que admite que no deseó a su hija, “pero después, con el tiempo, no ha podido respirar una sola vez sin pensar en ella”. Hay heridas abiertas, sexo sordo y despiadado, retratos de mujeres que duelen y sangran. Vidas cruzadas que componen un puzzle diseñado por un hombre, Rodrigo García, que no necesita que en las crónicas se añada la apostilla “hijo de Gabriel García Márquez” porque le sobra talento para dibujar personajes femeninos.

La emoción no me ha dejado dormir. Si ya me lo advertiste: “Tú vete a ver películas ligeritas de buenos y malos donde salga ropa cara y zapatos ideales, nena, que luego tienes pesadillas”. Y yo, como soy una díscola hija, no te he hecho caso. Creo que para ser madres deberían exigirnos un carnet tras un duro examen. Creo que el amor no nace, se hace. Y que lo otro es instinto salvaje, el mismo de una fiera con su cachorro. Creo que las mujeres tenemos derecho a separar los presupuestos biológicos de la realidad. A poder reconocer que a veces miramos con sospecha a nuestros hijos. Y que nos jode que alguien que ha salido de nuestro cuerpo sea tan distinto, tan imperfecto como nosotras, tan suyo.

Dicho lo cual añadiré que la película indulta a esas madres, aunque alguna paga con su propia vida. Y añadiré que al fin habla del amor de verdad. Con sus quiebros, sus engaños, sus yuxtaposiciones y su grandeza. Y añadiré, claro, que amo a mi madre y a mis hijas más que a mí misma, pero a veces, sólo a veces, quisiera desaparecerlas para no sentir la tirantez de un cordón umbilical que aprieta. Que a veces asfixia.