Mi querido Big-Bang:

Cuando el macho alfa casado sale de caza, no escatima. Se acoda en la barra de un bar oscuro, pide un whisky con coca cola y desnuda a la camarera con la mirada haciendo un chiste sin gracia y llamándola por algún diminutivo: bonita, el más habitual. Guapa o nena, los siguientes en el top ten. Ella, con sumo desdén, se concentra en ponerle bien de hielo en el vaso para no mirar a los ojos al enésimo cuarentocincuentón sin prisa y sin talento. Luego le suelta un plato repleto de kikos rancios y agarra el billete con determinación. Con suerte, se queda las vueltas.

Divido los afterworks en baretos y antros de ligue para hombres y mujeres que sienten pánico por volver a casa. Y conste que los entiendo. Yo a veces dejaría a las chukis con la tortilla de patata y la ensalada mixta para evitar encontrarme con la grisura de la intendencia y el parte de bajas: “Mamá, hoy Mireya me ha llamado lesbiana, y yo le he dicho que muy bien, que ya sé que no es una palabrota. ¿y si mañana me llama marimacho, será una palabrota?¿Y si me llama gili y lo que sigue?”. Con cenas tan trepidantes comprenderás que la tentación del afterwork es mucha. Pero una es de la grey de las monjas y además mis chukis, que tienen gran determinación, mandarían a los GEOS a buscarme sin contemplaciones.

A lo que iba. La barra oscura, los tipos escrutadores de escotes y sonrisas insinuantes. La baba cayendo y la conversación deshilvanada. Temas de alto calado profesional resueltos a gritos para que ellas, potenciales presas, se admiren de su testosterona y su poder. La memoria de resultados, el margen de beneficios, la junta de accionistas, la consolidación del ejercicio… Tú miras y quisieras imaginar a Kirk Douglas en Wall Street o, mucho mejor, a los jefes de Jack Lemmon en “El Apartamento”. Pero ser Billy Wilder es como ser dios, que diría Trueba, y además los tipos con trajes de gran almacén y corbatas aflojadas sin un gran guión que los soporte resultan tristes. Y perdedores.

No te creas que me ha dado un ataque de teapartismo. Creo que las barras oscuran tienen su papel social. Son necesarias para bañar en alcohol las farsas y quebrantos de un día de oficina donde lo más apasionante que pasó fue que la fotocopiadora engulló el tóner de golpe y escupía agujeros negros. Donde tu jefe te abrumó con informes e hizo suyas tus ventas de aspiradores ante su jefe. Donde la vaga de la administrativa se pasó la mañana poniendo mensajes en facebook y hablando por teléfono con su prima de Cuenca. Y de ahí al bar de los divorciados casados puede haber un paso, o un resbalón.

Y ahora irás y me dirás; ¿Y cómo sabes tú tanto de bares de cincuentones, bonita? Y yo te diré que ando escribiendo un relato sobre lo que hacemos para no asomarnos a la verdad, que amo a Billy Wilder y que, cuando la grisura me hace tiritar, convoco a las chukis en el salón y nos chutamos otra vez “El Apartamento”, hipnóticas, para irnos a la cama convencidas de que hasta los tipejillos más despreciables tienen derecho a que alguien cuente su historia con tintes épicos, mientras suena el pick-up y el vecino aporrea las paredes.