Mi querida Big-Bang;

Asegura un estudio que los hombres se suicidan tres veces más que las mujeres. Hasta ahí, todo bien. Hay muchos. Pero añade que nosotras somos más de amagar y no dar. De montar el clásico numerito del frasco de pastillacas y calcular la dosis justa para quedarnos en un limbo con retorno. Puro efectismo. Y te preguntarás cuándo sucede la intentona. Pues no los lunes, como cabría esperar, sino los viernes por la noche o, en su defecto, los domingos.

Ya te digo yo que si quisiera quitarme de enmedio lo haría un lunes. No sólo para fastidiar la estadística, sino porque es un día-shock donde las aceras de mi mente no están puestas. Y mira que soy muy de fingir que en realidad es miércoles, y hasta apunto mis citas ese día para crearme confusión, pero el cuerpo se resiste al truco chungo y me pide algo más elaborado, prestidigitación de la buena. Imposible, es lunes.

No en vano mis mejores amigas eligen los domingos para congelar al enemigo. Para los ajenos a las ciencias ocultas, que no es mi caso, se trata de apuntar en un papelito el nombre de alquien molesto y condenarlo así a un mal de ojo sustanciado entre la bolsa de guisantes congelados y la merluza Findus, mismamente. No falla. Lo mismo vale para un amante que pudo ser que para una ex cuñada que no debió haber sido. A siete grados bajo cero la vida es un lunes permanente que no hay helado Haagen Dasz que resuelva.

Crionizarse o morir, es es mi proclama de lunes. Quiero desaparecerme e invito a mis peores enemigos a apuntar mi nombre en un papel y meterlo en el congelador. Eso sí, preferiblemente un no frost de diseño con vistas al foie. Y un bis a bis cada martes,