Como agua para chocolate

Ella comía patatas fritas sin parar, como si con cada patata engullera una pena.

Recuerdo una cena con cierta dama del cine cubano, propiciada por mi amiga A-1. Estábamos en la terraza de un bar de Lavapiés, en los prolegómenos de un verano perezoso, y ella comía patatas y bebía cerveza sin saborear ni una cosa ni otra. Necesitaba trabajo, hacía tiempo que nadie la llamaba y su desazón se había instalado a vivir en cada uno de sus dedos, que agitaba sin parar. Hablamos, habló, de recuerdos y tormentas, de su casa de La Habana, de su gran amor, ya muerto. Y al grupo se unió otra mujer, joven y también cubana, de la que recuerdo una divertida vehemencia y que nos contó cómo le hacía felaciones a su marido en el autobús.

Al fin la conversación se centró en los hombres, en lo que cada una esperaba del amor. Y ella, la veterana dijo, con el tono y la expresividad que hubiera compuesto a las órdenes del mejor director de tragicomedia:

-“Yo sólo quiero a alguien que me estremezca. Eso o nada”.

Se hizo un silencio. La de las felaciones, que hasta el momento se había instalado en la sobreactuación cómica, también enmudeció. Nada de lo que pudiéramos aportar las demás iba a acercarse ni de lejos a la intensidad, al sentimiento y a la crudeza de lo que esa mujer acababa de pronunciar.

Patatas fritas y amor estremecido. La melancólica decadencia de una mujer que fue, que es grande y se sentía condenada a mendigar papeles pequeños. Pero que no iba a renunciar de ninguna manera a sentir el calambre en la espalda, la piel sonrojada, el latido al galope. Eso o nada.

Olvidé decir que a la mesa había una cuarta comensal. Morenaza, sensual, sabia y muy libre. Capaz de tener un amor en casa y varios amantes en cada puerto sin sufrir remordimientos. Esa mujer libertina que todas querríamos albergar dos veces al mes, pero nos consta que llegamos tarde el día que tocaba la lección. Además de hacer interesantes aportaciones con mímica incluida al asunto del sexo oral -para pasmo del camarero, que no se separaba de la mesa- nos brindó esa frase que A-1 y yo solemos pronunciar en el fragor de muchas tardes de cañas y confidencias, cuando asumimos que nunca seremos ella: “A partir de los 35 los polvos están contaós“.

Creo recordar que la dama del cine, que hace mucho que pasó los 35, apenas se rió, absorta como estaba en sus pensamientos y con dolor de tripa tras ventilarse más patatas de la cuenta. Al fin levantó la vista, nos recorrió a las tres, y volvió a decir justo antes de hacer un mutis hacia el baño:

-Lo importante no son los polvos, sino el estremecimiento. Háganme caso, chicas.