Angelina Jolie

Cuando era preadolescente la que más éxito con los chicos tenía en la pandilla era una mexicana llamada Pilita con unos pechos descomunales. Además de su cuerpo prematuramente sensual, lucía la vitola de ser hija de uno de los pocos extranjeros de la época. Ejecutivos inmigrantes deluxe que fascinaban a los niños del postfranquismo que habíamos soñado en blanco y negro hasta hacía dos días.

Yo por entonces era campeona de natación: nada por delante, nada por detrás, y la mayoría de las chicas del grupo envidiábamos secretamente las curvas de aquella chica que siempre llevaba vaqueros ceñidos mientras las demás nos las apañábamos con desgarbados pantalones anchos y por supuesto de marca “nisu” (ni su padre la conoce, era el chistecillo de entonces).

Un día, milagro, mi madre accedió a comprarnos a mi hermana y a mi unos vaqueros en la tienda donde Pilita se abastecía, en la calle Goya. Estábamos emocionadas cuando atravesamos la puerta y contemplamos con avidez aquellas perchas que nos catapultarían al universo del sex appeal. Ingenuamente yo pensaba que, como Supermán, entraría en el probador con la prenda deseada y saldría hecha una verdadera mujer.

Entonces sucedió. Un dependiente ostentosamente gay se acercó a nosotras, le explicamos que buscábamos unos jeans, y mirándome como si fuera una cobaya de laboratorio, pronunció doce palabras que se me grabaron a fuego: “para ti no tengo, guapa. Debes ir a una tienda de niños”.

Aquello me hundió en la miseria. Venía a decirme que a mis trece años era como la Campanilla de Peter Pan. Un ser alado. Una niñata que aún desayunaba Cola Cao con  galletas en el País de Nunca Jamás.  

Campanilla

Volví a casa frustrada en mi convicción de que jamás tendría curvas. Nada parecido a los pechos de Pilita. Que nunca uno solo de esos moscardones que revoloteaban alrededor de la mexicana planearía cerca de un palo sin caderas y ancha de espaldas.

No sé cómo evolucionó Pilita. Si se marchitó temprano como esas flores que maduran en seguida y se mustian al tercer día de pavonearse delante del sol. Un día ella y su exótica familia -el padre, ahora recuerdo, se hizo un moldeador y llevaba el pelo como un caniche- hicieron las maletas y volvieron a México. Pero la he recordado hoy por culpa de Angelina Jolie y de esos pechos que acaba de confesar que se ha extirpado para evitar que el cáncer hiciera de las suyas.

Me parece valiente, épico,  que un símbolo erótico se arranque los órganos que representan la sexualidad desde que eres niña y lo cuente urbi et orbi. Para mí Angelina ha dejado de ser esa maciza actriz mediocre que acumula hijos como quien acumula bolsos y en sus ratos libres ejerce de embajadora de Naciones Unidas y ha pasado a ser un estandarte. Una diosa del Olimpo con superpoderes, un adalid del compromiso (estremecedoramente bella…y con Brad Pitt a la grupa).

Si hasta ahora los hombres la adoraban como aquellos muchachillos del tardofranquismo adoraban a Pilita, creo que desde hoy la amamos las mujeres que hemos aprendido que las verdaderas curvas están en el cerebro y en el corazón.

Gracias, Angelina, por el gesto. No se me ocurre una mejor campaña de prevención del cáncer de mama que el outing que acabas de protagonizar.  Has dejado a Lara Croft en la cuneta.

P.D. Respecto a mí, seguí siendo campeona de natación durante un largo tiempo y luego la naturaleza comenzó a hacer de las suyas. Por supuesto, jamás logré la exhuberancia de Pilita. Y aún a veces sueño que estoy en un probador y mi cuerpo es un palo sin cintura, sin pechos ni caderas.