A Mario Vaquerizo lo han expulsado de la COPE por simular una piedad fotográfica con su mujer, la cabeza entre sus pechos, el cuerpo devastado. Alaska con toca de monja y gesto de éxtasis.

Entiendo a los señores obispos. Los límites de la provocación están claros. Tú puedes hacer fantasías eróticas sobre el escenario o meter una cámara en casa donde muestras tus entretelas, te acuestas con tus amigos o atracas las cervezas de la nevera. Tú puedes ser abiertamente ambiguo y decir palabrotas -pecadillos veniales- pero ultrajar la sagrada pureza de una virgen y su hijo es anatema. Y la paciencia de los purpurados tiene un límite.

La Iglesia tiene un curioso sensor de escándalos que hace que los suyos propios sean low profile, pecatta minutta, y los del resto ultrajantes y peligrosos. Lo de la paja en el ojo ajeno es un modus operandi, no el cabreo de un dios en un templo. Vaquerizo y Alaska son desprejuiciados y si al uno no le importaba agarrarse al micrófono bendecido, la otra se ha declarado fan de Jiménez Losantos. Admiro a las personas que saltan las costuras de sus etiquetas. Creo que la modernidad consiste en convertirse en inclasificable. Que cuando el grupo proceda a ponerte en la casilla A, tú demuestras que en realidad tienes un pie en la casilla B, y así ad eternum. Un ejercicio cansado que se traduce en “sé tú mismo”.

No encuentro en la Biblia, libro fascinante al que vuelvo en ocasiones, demasiadas admoniciones a la individualidad. Más bien se habla de la grey, se cruzan los mares en grupo y se sube al arca de Noé por parejas. Los Reyes Magos son tres, Marta no es nadie sin María y Jesús, que intentó perderse solo a meditar, tuvo que vérselas con el diablo y sus tentaciones.

Si la verdad nos hace libres -ahí estamos de acuerdo- el gregarismo nos corta las alas. Me gustan las iglesias vacías. El silencio entre los bancos que crujen cuando llegas y te sientas. Hablar con dios es hablar con uno mismo. Y si encima hay un retablo barroco delante, mucho mejor. La piedad siempre me ha parecido una representación bella. El dolor de la madre que recoge a un hijo vencido. Mi otro hit es el San Sebastián saeteado, doliente y dramático como él solo.  

Mario y Alaska no han entendido que hay límites que no se pueden cruzar. Que el amor no enseña los pechos ni tiene orgasmos. Lo que me lleva a recordar esa preciosa carta de San Pablo a los Corintios que se lee en las bodas y siempre me emociona:

“Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retañe”. 

“El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad” (…) “El amor no pasa nunca”.

Se me ocurre que Mario y Alaska cumplen bien con los preceptos de San Pablo. Y los Obispos, que son tan listos, acaban de dejar pasar una magnífica oportunidad de mostrar que la Biblia puede ser para modernos y no sólo para meapilas que jamás se mueven del dial con el que comulgan ni muestran los pechos a sus amantes para recogerlos ese día en que están vencidos.
El amor no pasa nunca. La estupidez humana, tampoco.