“Lo último que vi del conde fue su rostro abotargado, cubierto de sangre, esbozando aquella sonrisa malvada que procedía de las profundidades del infierno”. Drácula. Bran Stoker.

Me he apuntado a un curso sobre Drácula y vuelvo a leer a Bran Stoker. Serán tres sesiones diseccionando el mito y su mejor fabulación literaria. Debo reconocer que cuando recibí el mail con la invitación a esas clases tuve un estremecimiento. Alguien sabía, ahí fuera, de cómo me enganché en mi temprana adolescencia al demonio sin edulcorantes ni sexo que protagoniza esa novela perfecta tejida a base de diarios personales. Alta literatura con sangre, cucarachas y colmillos.

La otra noche se lo contaba a dos amigos, mientras devorábamos helados por una plaza de Santa Ana poco poblada, y A. , escritor, me empezó a someter a un Trivial vampírico del que no salí bien parada.

-¿Has leído mi primera novela? Va de vampiros.
-Um, no verás…A mí me interesa el Drácula de Bran Stoker.
-Y has visto la película XXX, ¡es maravillosa!
-No, verás, es que a mí no me gustan los vampiros. Me gusta el Drácula de Bram Stoker.
-¿Y no crees que el de la película de Coppola es una birria?
-Creo que es una buena película en la que nos engañaron al asegurar que estaba basada en la novela de Bram. ¿Has visto Entrevista con el vampiro?
-Sí, un horror. Odio a Anne Rice.
-En eso estamos de acuerdo.
-Te mandaré mi novela.
-Dale.

Hay aficiones que uno debería mantener en secreto, como esos tatuajes de la nuca, pegados al nacimiento del cabello. A veces no existe un patrón que se repita, pero todos tendemos a etiquetar a los demás porque así es más fácil hacer regalos, por ejemplo. La biografía contemplada con distancia puede ser una secuencia con elementos recurrentes que la convierten en excitante objeto de estudio. En mi caso, la lectura de Bran Stoker cada pocos años me regala diferentes fotos fijas de quién soy. De ahí mi impulso inmediato por participar en un curso donde fantaseo con conocer a mis iguales. Estudiantes de una obsesión literaria donde fluyen elementos barrocos y un romanticismo que es ese sentido trágico del tiempo a través de la muerte -la no vida-. La tierra que oculta un féretro que viaja por el mar, enmedio de la tormenta.

Pero es posible que termine rodeada de freaks. Góticos flamígeros con chupas negras y ojos pintados de carbón. Y, aún peor, es posible que yo sea una de ellos aunque no haya salido del todo del armario. No me gusta el terror, ni que me metan miedo. Transilvania, sin embargo, es una de esas palabras que me cortan la respiración y me llevan a ese momento tembloroso en que cogí el libro de la estantería de casa, tal vez a los doce años, y lo leí a escondidas porque sin duda “no era apropiado”. Era una edición de bolsillo con letra microscópica y bastante sobado, pero no me atreví a preguntar a mis padres quién de los dos sentía la misma afección por el vampiro. Ahora estoy segura de que era mi padre, y que debió pasar las páginas de cinco en cinco como acostumbra cuando se enfrenta a esas novelas de ochocientas páginas con las que le hemos visto cambiarse del porche al sofá toda la vida mis hermanos y yo.

Confieso que planeo acercarme tímida a The Dracula Society a ver si me admiten en calidad de fan fatale, o me dejan servir los cafés y escuchar las tertulias de los sesudos investigadores de ese mito común del que se han hecho cientos de malas copias. Algo me dice que ahí afuera el maligno se está vengando de sus imitadores todo a cien. Yo debo refutarlos y seguir fiel a esa presencia fascinante que ha convertido septiembre y ese curso en un anhelo.

Adorado conde, ya estoy lista. Cerca de la ventana, el cuello libre de adornos, bien despejado para que me muerdas y me estremezcas con esa sinfonía de palabras que son el terror puro, ese que no se rebaja a los barros evidentes de serie teen con palomitas. Soy tuya, lo he sido siempre. Ponme a prueba.

“Encima del sepulcro, aparentemente hincado en el mármol, ya que el monumento funerario se componía de varios bloques de este mineral, había un pilote con puntas de hierro. Al otro lado del sepulcro logré descifrar las siguientes palabras: LOS MUERTOS VAN DEPRISA”. Drácula. Bram Stoker.