“Deberías de retroceder dos mil años en tus lecturas”

Cada vez que J.E me da una orden, tiendo a obedecer por si tiene razón. Él ha decidido obviar la literatura contemporánea -no digamos ya la modernícola- y tirarse a la yugular de los filósofos griegos, sabedor de que encierran verdades como puños. Mientras, los demás mariposeamos por historias banales (a su juicio) que entretienen las horas y los días, y él, con la obstinación del misionero, nos lleva a las comidas fotocopias de ensayo sobre asuntos tan sesudos que,  nos advierte,  no vamos a entender. Margaritas a los cerdos.

Después suelta una carcajada ostentórea de las suyas y los vecinos de mesa levantan la ceja.

Ayer, tras contarles a él y a F.  que me había pasado el fin de semana reaprendiendo historia de España con mi adolescente, me puso a prueba: “¿Cuál es la fecha del pronunciamiento de Riego?” Naturalmente, no la recordaba, así que le robé una croqueta del plato y me concentré para que el dios de las fechas me alumbrara el Trienio Liberal.  No hubo manera, de modo que me tragué la humillación y juré por San Google que nunca más iría a las comidas con este hombre sin llevar bien aprendida la lección.

Poema/Thyssen

Por la tarde corrí al Museo Thyssen invitada por primera vez como bloguera a una visita privada. El director artístico del museo, Guillermo Solana, bailaba alrededor de los cuadros de Cezanne (Cezanne Site/non site) y nos completaba la impresión con datos para mí desconocidos u olvidados, como que sus pinturas de Gardanne dieron pie al Cubismo, que era misántropo, que  defendía su espacio como su vida o que tuvo una vida paralela y un hijo ilegítimo con una mujer. Me di cuenta de cómo me excita el borde espumoso de la cultura, y pensé que J.E ha pinchado hueso conmigo.

La curva en el camino. Los desnudos en bosques improbables. Las montañas azules que no nos asombran porque consiguen convencernos de que una montaña siempre ha sido de ese color. La sensualidad de las frutas de unos bodegones pintados con obsesión repetitiva. El jarrón gris. Otra vez el jarrón gris. Y los secretos. Cezanne en el colegio. La profesora de Arte, Arcadia, estirada y gris. Bostezos en el aula. El timbre del recreo.

“Hay préstamos de particulares que no dan la cara. Sotheby´s, por ejemplo, nos pone en la pista y entonces se ofrece para enviarles una carta del Museo con la solicitud -explicaba Solana- Nosotros a veces no sabemos el nombre ni el apellido del prestamista”.

Así, mientras todos veían manzanas y mebrillos yo imaginaba la historia del prestamista secreto. Y también la del correo que trajo cada lienzo. Un misterioso caballero, sin duda, que viaja de incógnito con una caja hermética -80×60, imaginamos- y no le quita ojo porque en su interior duerme un cuadro que vale millones y encierra una historia que hay que interpretar. Y en el trayecto conoce a una mujer, que no puede evitar fijarse en la valija y que trata de hablar con su custodio. “¿Conoce usted la peripecia de Fernando VII, sabría la fecha del pronunciamiento de Riego? ¿Le apetece un té?”

Ayer yo era consciente, más que nunca,  de que para disfrutar de un cuadro primero debo emocionarme y luego poner palabras. La erudición sin pasión no me interesa, me repito, pero una vez dentro del bosque, de la casa vacía, del sendero hermético que conduce a la nada, agradecía infinito las referencias de Guillermo Solana, que agitaba los brazos como un director de orquesta enloquecido frente a los lienzos, y nos iluminaba como a alumnos ansiosos de saber y devorarse la vida.

Cabaña, Cezanne. Mi favorito

Anoche, tras la resaca de colores, decidí que mi cuadro favorito de la expo de Cezanne  es una acuarela de pequeño formato. Una cabaña abandonada en el bosque.  No es el más valioso ni el más impresionante. Pero me interpela, me conmueve con su misterio y podría ser el arranque de un relato. Ya lo siento…

(Espero que mi querido J.E no me considere un caso perdido)