Mi amiga L. fue a la cita a ciegas con el ánimo encendido y unas preciosas sandalias de tiras color maquillaje. El tipo, de 71 años, era mayor, sí, pero bien conservado. Como esos hombres enjutos que han doblegado su pereza a los mandatos del deporte y la dieta y caminan erguidos y lucen sus canas, bien pobladas, por todo lo alto. Un señor quince años más maduro que lo que ella tiene en su imaginario ideal. Pero a estas alturas de su vida mi amiga ha decidido darse oportunidades sin poner demasiadas trabas a la aritmética.

“¿Sabes qué?, yo todavía funciono muy bien”, le soltó él antes de haber apurado la primera bebida (“una Coca Cola, no vayas a creer”, me aclara ella). Y lo siguiente fue que el aspirante, recién divorciado y apuntado a todas las páginas de búsqueda de pareja del mundo -incluidas las zoológicas- le informó de que era capaz de hacer “eyacular” a sus compañeras sexuales. Aquí la Coca Cola pegó un vuelco desde el estómago de mi querida L., que salió pitando ante el cariz de una la conversación de casquería que, según el guión de las primeras citas, debía transitar las trayectorias personales de ambos, sin gran profundidad en los detalles, a gustos, aficiones y algún comentario sobre la subida de un IVA que en breve encarecería las  citas a ciegas cuando terminen (o empiecen) en el teatro.

Pero lo de la eyaculación superó todas las compuertas de aguante de mi amiga. “Qué asqueroso”, me insiste, repantingadas las dos en la cama turca de mi chill out mientras nos abanican las aspas de un ventilador de techo inspirado en Memorias de África. “Sí, qué asqueroso”, respondo, porque una tiene una idea absolutamente romántica de la primera cita, y la culpa es del poeta Mario Benedetti y esos versos que resuelven una noche que termina en la cama, desde luego, pero no sin antes haber hecho un viaje delicioso y divertido bajo el título “Los formales y el frío”, del que transcribo el final:

Y ya que el mozo demoraba tanto
ellos optaron por la confidencia
extra seca y sin hielo por favor
cuando llegaron a su casa, la de ella,
ya el frío estaba en sus labios, los de él,
de modo que ella fábula y augurio
le dio refugio y café instantáneos
 

Una hora apenas de biografía y nostalgias
hasta que al fin sobrevino un silencio
como se sabe en estos casos es bravo
decir algo que realmente no sobre 

él probó sólo falta que me quede a dormir
y ella probó por qué no te quedas
y él no me lo digas dos veces
y ella bueno por qué no te quedas
de manera que él se quedó en principio
a besar sin usura sus pies fríos, los de ella,
después ella besó sus labios, los de él,
que a esa altura ya no estaban tan fríos
y sucesivamente así
mientras los grandes temas
dormían el sueño que ellos no durmieron…

Mi amiga L.sueña una noche de formalidad poética que termine en pasión, si procediera, o en un beso profundo en su portal, para recibir instantes después un whatsapp que diga “qué guapa estabas y qué rápido pasa el tiempo a tu lado”. Y esto que parece tan sencillo, casi banal, se le resiste porque los tipos de hoy -al menos algún septuagenario voluptuoso– andan con prisas por rematar y tienen planes muy explícitos para el sexo agónico que imagino que sienten que les queda.

Y desconocen que cagarla en la primera cita es dejar a la chica guapa, con sus sandalias color maquillaje,  regresando sola a casa, aterida y decepcionada. Quizás la próxima vez…

PD. En la primera cita de Maryl Streep con Robert Redford, en Memorias de África, ella le cuenta un relato a la luz de las velas y es absolutamente cautivador. Sexo poético.