La decisión del escritor Lorenzo Silva de abandonar Twitter se ha hecho viral. Su popularidad se le hizo bola, podría decirse. En las redes uno no puede tirar la piedra y esconder la mano. Es más, la piedra queda gravitando en suspensión de por vida a merced de sucesivos avistamientos que impedirán su anonimato en función del interés más o menos espúreo de cada avistador. Como pálida basura interestelar con lágrimas de lluvia más allá de la puerta de Tannhäuser, podríamos decir.

El narcisismo, con la venia de la Iglesia,  es el mayor de los nuevos pecados capitales. También una epidemia sin vacuna. El mono que seguramente sentirá Lorenzo Silva deberá pasarlo a pelo, sin drogas alternativas. Es un valiente y aplaudo su gesto. Quedarse con el yo al desnudo no debe ser fácil. Un vacío abisal. De pronto nadie te hace la ola, nadie debate tus ocurrencias, nadie te increpa, te adula o te insulta. Tú contra ti. La vuelta al Yo, la retirada al cuarto de pensar del Ego. Ese que nos hace provocar una sacudida inmediata con apenas 180 palabras  y buscar una cadena de orgasmos que mantenga nuestra frágil autoestima a buen recaudo.

Yonquis del Ego. De eso hablo.

Supongo que la enfermedad empieza a llegar a los divanes. Psicólogos y psiquiatras pronto tendrán más trabajo de los top-influencers. Imagino una terapia en la que al paciente se le prescribe que elimine el pronombre personal  “Yo” de cada frase o que se ate las manos delante del ordenador. Una operación detox mucho más radical que la del famoso jarabe de arce (que al parecer es un bluff).

Hildegarda de Bingen

Naturalmente, tendrán que tratar a otros enfermos colaterales. Porque la cara B del narcisista es el voyeur. Ese que mira, escudriña, observa y calla. Un onanista  que aprovecha su silencio para moverse  y sacar tajada. Un ser que imagino ladino y subrepticio, una serpiente que espera su momento para sacudir el veneno en el cuello del incauto pavo real.

Querido Lorenzo Silva. Espero que tu tránsito al silencio sea leve. Ya sabes que tu huella es indeleble, las palabras son tercas y los retuits te perpetúan. La huella digital es una letra escarlata. No pudiste soportar tanto ruido, tanta miseria. Imagino conventos para internautas que quieren dejar de serlo. Un nuevo ascetismo con música de Hildegarda de Bingen como única compañía. A lo mejor descubrimos que dios era eso. El puro yo desnudo, libre de esclavitudes, de likes  y de palabras.

P.D: (En adelante llamado “hacerse un Lorenzo Silva”).