Y entonces un día, casi sin venir a cuento, te da un ataque de sentido de la propiedad. Quieres una casa donde caerte muerta. Cuatro paredes y un patio ((sorry por ser tan pelma)). Con una higuera, tal vez, aunque se admiten otras variedades de árbol que escupa sombra generosa. Y un ojo achicharrado sólo excita más la fantasía del inmueble, que dibujas con la luz queda que filtran y ennoblecen los visillos (no tengo visillos, pero el nombre me sugiere siempre más que el de cortina. Puede que por vaporosos, por semitransparentes. Propongo en adelante erradicar la cortina y dignificar el visillo. Es más sexy, la cortina es la barrera del censor. El visillo es la burla a la censura).

Ser propietario de una casa de pueblo es muy de urbanita febril, tal es mi caso. El asunto ya fue tópico medieval renacentista –locus amoenus, me parece- y si lo pienso concentrada me sale el Decamerón de Bocaccio (la profesora de literatura de BUP hizo bien su trabajo). Y Florencia, que no es pueblo pero posee un puente que sugiere la salida a un lugar en verso  libre de humos y cargado de esencias sofocantes de almizcle o nardos.

Uno en su casa de ciudad tiene a encadenar acciones de corte urbano: disponer libros en estantería por autores o géneros, sacar comida del congelador, elaborar una lista de asuntos pendientes (“buscar casa de pueblo con patio”, reetida como la pizarra de Burt Simpson), llevar el coche a lavar (esa mugre con ruedas), disponer un mando que funcione para el garaje (sepulcro de autos de señora que conduce menos de lo que sueña), ir a la farmacia a por pastillas para el mareo, para el picor de garganta, para el sueño saltarín…Hacer maletas, deshacerlas. Fingir que no ves la bombilla fundida, reponerla porque sí la ves. Tirarte todo un día de sofá por prescripción facultativa. Y pensar en tu patio. Concentrada.

(No es grave. A otros les da por un avión privado, una finca con ganadería, un vestidor de princesa so cool, un marido solícito y pomposo, una mujer explícita y algo desinhibida, un viaje alrededor del mundo, un traje de organdí almidonado, una herencia de tía viuda y cascarrabias que vale un potosí pero nadie va a verla… Yo querría si no es mucho pedir que en mi patio el tiempo fuera laxo, dúctil y maleable. Y la casa bien fresca y encalada, y nada de cortinas, esteras de sisal a la andaluza).

Anotación: Soy muy poco sureña, pero me gusta el concepto chicharrera y la siesta en penumbra, remojados los suelos de la casa, con una sabanilla y poco más. (Hay quien dice que nací gitana, y añoro el carromato y las gallinas, pero esa es otra historia). En mis ensoñaciones de encierro voluntario atesoro escrituras y paseos. Deliciosos guisos al chupchup. Conversaciones deshilachadas que no concluyen en nada salvo esa languidez que sugiere sin dar, sin imponer. Trasnochadas, atentas al batir de las campanas de la iglesia del pueblo. Vigilantes.

Y es una decisión, y es un delirio, y la idea de la simplicidad es tan corpórea, tan algodón y lino ondulantes por la brisa que viola su caída, que en cierto modo ya estoy y ya lo habito. Y podría hacer la descripción más prolija, o un bosquejo sin más con mucho aire. Pero lo voy a guardar en un cajón, hasta que sea. Y lo sacaré los domingos en procesión ambulante, subidas y bajadas de cuesta terca y empedrada, solemnidad y culto. Y casi ya lo toco, si me esfuerzo.

PD. La canción más cursi de ABBA me sale al encuentro. Qué la vamos a hacer. (Ah, tampoco tengo cortinas. Sólo estadíos intermedios de algodón recio y mal planchado. Como mi alma ayer, o esta mañana)