Hace tiempo solía preguntar a los entrevistados: ¿Qué opinan sus ex parejas de usted? La cuestión era recibida con una sonrisa, a veces mueca, y por lo general no encontraba una respuesta contundente más alllá de “eso tendría que preguntárselo usted a ellas/ellos”. Parece que es incómodo sondear a quien uno amó y ya no ama. Quizás porque nos conoce demasiado bien. Quizás porque cuando cae el velo del cariño uno se convierte en un objeto de taxidermia sobre el que opinar a esa distancia prudencial y fría que elimina cualquier atisbo de corrección político sentimental.

He recordato este tema porque el libro que me prestó M. la otra tarde incorpora la visión del personaje a través de sus ex novias. Un ejercicio revelador que todos podríamos hacer en algún momento de nuestras vidas a fin de conocernos mejor y, aún más allá, de comprobar si fuimos alguien diferente con cada pareja. Hasta qué punto dejamos de autoafirmarnos por amor, por rematar un proceso de seducción o por salvaguardar un sentimiento que ya estaba a la fuga.

Mi amiga C. cambiaba de look con cada novio. Es decir, que si hoy los entrevistara, probablemente uno me diría que ella es grunge, otro la definiría como clasic-chic y un tercero diría de ella que tenía un tufillo ciertamente monjil. Ninguno acertaría si hoy contemplara a C., que ha encontrado su estilo después de años de experimentación. No el que el atuendo nos defina, desde luego, pero creo que arroja bastantes pistas sobre el estado general de cada uno.

Hay quien fue mojigata con el primer amor y para cuando llegó el quinto era la reina del mambo, y no me extenderé sobre las acepciones posibles del mambo. Hay quien fingió que no le importaba que su novio no leyera jamás el periódico y hoy se refiere a él como “aquel pobre chico que no dintinguía un checheno de un tutsi, pero qué grande era en la cama”. Conozco a un hombre al que sus ex novias describen, alternativamente, como “cretino”, “extremadamente racional” y “disperso”. Y puede que sea las tres cosas. Y no se me olvidará un tipo a quien su primera ex consideraba “ahorrador”, la segunda “mirado con el dinero”  y la siguiente “un rata sin remedio”.

Somos lo que mostramos, un prisma de muchas caras, imagino. Y a la hora de ligar elegimos la más brillante, aquella que oculta los rasgos que merecen reprobación. Pero con los años uno tiende a desnudarse con todas las aristas al descubierto. “Esto es lo que soy y esto es lo que ofrezco”. De modo que las posibilidades de cortejo disminuyen, pero las de éxito aumentan en proporción. O así debería ser según una ley matemática que me acabo de inventar.

Si cumplir años no sirve para que los ex subsiguientes te describan con adjetivos similares, es que tu proceso de madurez está en bancarrota. Y podría tragarme cada palabra de esta sentencia, pero no me da la gana. Mis amigas y amigos solteros se han curtido en mil batallas sentimentales y valoran su estatus aunque les cuesta caro. Han aprendido -hemos aprendido- que uno no puede renunciar por un mal polvo (con perdón) a su esencia y a tantas horas de ejercicios de prueba y error. Si les gustas, si te quieren, deben aceptar el pack de tus delirios, el de tus miserias y el de tus grandezas. Y tú harás lo mismo o seguirás saliendo con tus amigos gays cual mariliendres feliz mientras piensas que ojalá te hubieras conocido tan a fondo cuando la piciaste con aquel galán que coleccionaba posters de Pamela Anderson, un suponer,  o con ese otro que nunca valoró tus éxitos profesionales porque la envidia es tiñosa; o con ese que quería una madre en lugar de una novia. O con aquel, encantador, que se miraba al espejo más que tú (y quien dice espejo dice cualquier superficie reflectante)

Reto para terminar a todos mis ex a que me describan (por correo privado, a ser posible). Ahora que sé bien quién soy, quisiera comprobar quién fui. Me excita la idea de ser objeto de taxidermia por un día. Ruego se abstenga todo aquel que guarde ovillos de rencor en el cajón. No es preciso hacer sangre aunque sea con un fin literario y noble. Aquí os espero, hombres de mi vida. Sin aristas, sin fe y sin nostalgia. En estado puro, podríamos decir…

PD. Sobre el video de hoy…sin comentarios. ¡¡¡Lo voy a petar!!!