Mi querida Big-Bang:

Voy a ser auditada y me he pasado la noche pensado lo que debería decir para no liarla. En dos idiomas, porque mis inspectores vienen de ultramar. “My taylor is rich, the rain in Spain…”. No debería estar nerviosa, desde luego, porque no tengo nada que ocultar. No por falta de ganas, sino de talento. En realidad, me gustaría ser lo suficientemente interesante como para despertar sospechas. Las espías, tradicionalmente, son misteriosas, están buenas y vuelven locos a los polis que las investigan. Y a la cinematografía clásica me remito. Quizás debería poner una caída de ojos desmayada, mirar de abajo arriba como Lady Di fingiendo insinuante timidez, o martillear los dedos contra la mesa para que sea muy palpable que no soy trigo limpio y he guardado papeles comprometidos un minuto antes de que entraran en el despacho.

Dirás que con que auditen mi equilibrio mental sería suficiente. O con que echen un vistazo a mi bolso y descubran el pastillero de metacrilato de siete pisos que me compré hace unos días, relleno de pildoracas de colores. Sí, pero sería ponérselo muy fácil. Yo lo que sueño es con que me sometan al detector de mentiras. Una prueba a la altura de mi ambición. “¿Mató usted a Roger Rabbit?” Silencio. Tensión in crescendo. “Pssssssssí. Técnicamente hablando, podría decirse que fui yo”. Una está dispuesta a todo con tal de salir en los papeles. Y yo es el día.

Otra cosa es que me auditen el look. Porque ahí pienso echar el resto. Ni muy sexy, ni muy monjil. Nada de pierna ni escotazo, pero sí algún detalle para hacerles soñar. Una talla más de suti sería mi mejor aliada, pero odio los rellenos que no sean del pavo. Marcar cintura sería una buena estrategia, pero para eso debería tener cintura, que no es el caso. Cada vez que veo un capítulo de Mad Men me deprimo con esos talles de avispa y esos tobillos finos. Bien, mi estrategia debería ser otra, más en la línea de la serie V, esa de las tronkas que me comían ratones a finales de los ochenta. Hombros marcados, muslos poderosos. Pero entonces los auditores interpretarán que aspiro a robarles el puesto. O algo.

Defititivamente, tengo que parecer una frágil muchacha que esconde un as en la manga. O en el liguero. Pelín zorrilla, pero no tonta. Fácil, pero no facilona. Miope, pero no presbítica. Voy a repasar el método Stanislavski para bordar mi actuación. Quitaré el Cuore de mi mesa y pondré a Zygmun Bauman para que los inspectores crean que suelo pensar en la modernidad líquida en mis ratos de máxima concentración. Y si veo que no despierto su interés, siempre puedo fingir un ataque epiléptico o un desmayo a lo Scarlett O´Hara. A ver qué tal se les da la auditoría del fingimiento.