Mi querida Big-Bang:

Me dice Mr Rubidio que deje de escribir, que el interés de lo que cuento es “entre poco y ninguno”. O sea, que este rollo costumbrista que casco cada mañana, con una mano en las teclas y la otra en el café con legañas, es la prueba de que el hombre es una pasión inútil, y que lo mismo podría dedicarme al bricolaje doméstico y tal, y entonces sí que sería realmente productiva. Que además los padres de las letras deben estar revolviéndose en sus tumbas por las patadas que le meto al diccionario. Y que si quiero un speaker´s corner de andar por casa, pues que me vaya al mismo Londres y monte el pollo en la esquina ésa.

Ya, sí, lo comprendo. El renegao este tiene su razón, el hombre, pero no entiende que si no estuviera entretenida perpetraría acciones peores. Que gracias a nuestra correspondencia puntual no me echo al fango de la delincuencia social. Que cuando escribo no siento, y que ese anestésico, ahora que ya no me surtes de pastillacas, me viene al pelo y protege a mi entorno más cercano.

La escritura como coartada y antídoto de amplio espectro. Mira Kafka, el jodío, no quiero ni imaginar qué hubiera sido de él si en lugar de imaginar escarabajos se dedica a pegar sustos a las viejas. Un retorcido, un serial killer en potencia… O Dostoievski, o Capote…Y qué sería de las autoras de novela romántica, las Victorias Holt de la pluma rosa y el corazón ligero, si en lugar de plasmar sus fantasías en technicolor hubieran ido seduciendo jovencitos con la intensidad calentorra de sus tramas. El mundo entero se hubiera colapsado de tanto amor y tanto perfume barato…

O sea, que soy inofensiva a golpe de madrugones y desparrames oníricos. La letra con sangre entra. Pero en mi levedad intelectual me puedo cambiar de acera y maldecir la mala literatura. Cuántos árboles talados para imprimir obras de chichinabo con pretensiones de altos vuelos que terminan en las estanterías de ofertas del Vips, junto con magníficos volúmenes de arquitectura o fotografía, un suponer, que nadie compra y que al menos quedan monisimos en las boisseries de los que no leen.

Cierto día me senté delante de mi librería y establecí un criterio darwiniano de selección: eliminaría todos aquellos libros que no me hubieran dejado huella alguna. Sólo si recordaba algún detalle único, una sensación, el destello o el arrebato que me llevó a terminarlos con voracidad serían indultados. Paré cuando llevaba 150. Algunos de autores “consagrados”. Con nocturnidad y alevosía los dejé en el portal de casa. Al día siguiente habían desaparecido. ¿Así que inventaste el book crossing? te preguntarás. En realidad inventé el holocausto de las letras. La eliminación sin complejos. El menos es más. No necesito que las visitas se sobracojan ante la majestad aplastante de mis estanterías. Los que tengo, son. Y además colecciono revistas de moda y decoración, que lo sepa todo el mundo!!!

Pues ya que me he justificado un rato, voy a dejar que Mr Rubidio se relaje y siga leyendo esos tostones presuntamente elevados. Yo, por mi parte, haré una limpia de jueves y como me dé por odiar a Vila Matas asumiré el menosprecio de los fans de autores de culto para la eternidad. Mientras no me dé por Shakespeare o Cervantes…