Mi querida Big-Bang:

Quisiera anular mi pedido de tres cajas de Trankimazín destinadas a atravesar sin alterarme las obras de la calle Serrano. Para mis lectores de provincias, que son legión, diré que la que fue la milla de oro de la capital es hoy Bosnia Herzegovina en el fragor de la batalla. Un puro socavón lleno de hierros retorcidos y cemento. Y atravesarla una ginkana que deberían incluir como prueba para ingresar en el cuerpo de bomberos.

La cosa es que cada día me afano en cruzarla sin perder el equilibrio, un tacón o la dignidad. Cabreada como un mono. Jurando por san Pito Pato que me vengaré de Gallardón, Aguirre y sus respectivas estirpes, por los siglos de los siglos.

Eso, hasta hoy. Esta mañana me disponía a atravesar la zona cero cuando cuatro obreros de la construcción, sección “encofrados”, me han piropeado a coro. No sé si en polaco, rumano o dialecto centroeuropeo, pero sus miradas no necesitaban intérprete. ¿Que cuánto hacía que un hombre menor de 50 no me miraba con lascivia? Mejor dejemos las efemérides para otro momento.

Esos operarios que sudaban al sol se han quedado patidifusos de mi donaire sorteando una zanja, y otra, y una tercera. Yo, que los miraba por el rabillo del ojo, me he empleado a fondo para que cada salto fuera más grácil si cabe. Entre el del puma y la garza.

Claro que, para mi sorpresa, tras los del encofrado han llegado los soldadores. Sí, esos que echan chispas con una pistola -y no es un simbolismo porno- también se han descubierto ante mi paso. Atónitos. Y eran nacionales, de los que tiran más a la teta como carreta y el muslo a lo Carmen Sevilla. Yo me he puesto toda hueca, con la ONU de la testosterona a mis pies. ¿Será verdad que a mi edad es cuando más irresistibles estamos?, me he dicho para mí y para mis adentros. ¿Acaso Ana Obregón lleva dos décadas de sabiduría incomprendida?

Con la mirada triunfante y dispuesta a chulearme ante mis coetáneas he emprendido la calle Ayala, donde un grupo de jovencitos tipo Melrose Place también me miraban fijamente. “Esto sí que es el acabóse, la ovación y vuelta al ruedo. Un casting completito de machos admirando una pieza única”.

-Perdone, señora, pero lleva el vestido levantado por detrás… ha acertado a decirme el más guapo, un Brad Pitt del barrio de Salamanca, colorado como un tomate.

Lo que sigue ha sido girarme, comprobar con horror que, más que levantado, el vestido se había quedado enganchado a la espalda y yo parecía un catálogo de Victoria Secret de hace siete temporadas, y correr desenfrenadamente hasta el portal de la oficina, donde me he recompuesto del shock y he tomado una decisión crucial: En adelante, la lencería para atravesar Serrano será de “La Perla”. Cara, sí, pero un espectáculo para masas bien merece la inversión. ¿O acaso la Obregón escatima en los bikinis?