Mi querida Big-Bang:

Una vez entré en el pasaje del terror del Parque de Atracciones. En la puerta, un señor vestido de profesional del miedo nos leyó con solemnidad las normas, advirtiendo que habría susto, pero no muerte:”y los actores nunca les tocarán”. Cagada de miedo entré con mis amigas, y al poco sentí la zarpa un hombre Lobo de plexiglás muy sobrectuado, que sin embargo me dio un susto de muerte. “Me han tocado, me han tocadooooo”, grité. Y el lobo, abandonando su pose licántropa, respondió alto y claro: “Eso siempre lo dicen las más feas”.

Aquella humillación marcó mi vida en adelante. Tan a fuego, que ahora dudo de si no habré dejado que me metieran mano en el metro o en el ascensor, por miedo a tener otro momento gusiluz donde mi cara cambia a rojo carmesí sin estadíos intermedios.

Es lo que tenemos las feas pudorosas. Que sí, al natural somos chulitas y desenvueltas, pero nos ponen en evidencia y menguamos como el blandi-blubb por efecto del manoseo.

La primera película que invadió mis sueños de pesadillas fue “Tom Sawyer”. Recuerdo que en una secuencia el indio Joe persigue a Tom por una cueva, con el machete en la mano. Noche tras noche sentí la presencia de Joe rondando mi cuerto, y con el paso del tiempo deduje que las historias aparentemente bucólicas tienen siempre recámara oculta. Igual que los cuentos de Andersen son pura dinamita, algo muy de esperar de un tipo que además le daba al erotismo literario.

Ya en mi adolescencia hubo dos hits del terror: “El final de la escalera”, una peliculita que no ha pasado a los anales del gran cine, donde un tipo oía la voz ahogada de un niño muerto: “Michael, mi medalla, mi medalla…”, y, por supuesto, “El Resplandor”. Un trauma en sensarround que me hizo alérgica a las motosierras, a los triciclos y a los pasillos largos y estrechos.

Con tan sólida preparación para el sobresalto salí al mundo un buen día, pero en adelante los sustos me los darían el banco, la vecina poseída por Satán o la prueba del bikini cada mes de junio. El miedo, a fin de cuentas, es un estado mental accesorio, y más si puede atajarse con unas balas de plata o una simple ristra de ajos. Así que esta noche toca akelarre de pelis Disney y, de postre, chute de pelis clasificadas X, que esas sí que no tienen doble lectura.