Supe que hay en Cuba un funcionario de 95 años cuya única misión es cuidar que nadie robe las gafas de la estatua de John Lennon. Me pareció un chollo tener tan claro el objetivo a cambio del cual te ganas el sustento. Usted se levanta a las seis, desayuna unas gachas y rescata las gafas del músico delicadamente de su funda forrada de terciopelo ajado. A las ocho en punto la estatua debe estar lista y completa, a salvo de cualquier tentación de hurto de mitómanos y advenedizos.

Tener una misión es lo que salva a los locos de sí mismos. Por eso a veces los ponen a hacer macramé. Las malas intenciones sobrevienen cuando uno está ocioso y con las manos en los bolsillos. De ahí que los padres 2.0. modernícolas y sobrados,  rematemos a nuestros hijos a tantas activides extraescolares como horas tiene el día. Que no piensen, que no urdan planes. El método de las gafas de Lennin, lo acabo de bautizar, funciona hasta que los niños se quedan sin clase de baloncesto un jueves porque llueve a mares y entonces entran en brote psíquico. ¿Y ahora, qué hacemos?

Ayer comí con S. Una mujer guapa, lista y muy divertida con la que conecté de inmediato el primer día que nos conocimos. En una rueda de reconocimiento donde cada uno de los cerebros JASP (sobradamente preparados, para los que no eran persona en los 90) reunidos dijimos qué era lo que se nos daba realmente bien, ella respondió: “Hacer que los demás se sientan como dios”. Yo me quedé callada cavilando mi respuesta y cuando estaba a punto de lanzar el balón a la banda, ella vino en mi auxilio: “A ti, ser rubia. ¡Te parecerá poco!”.

El custodio de las gafas de Lennon (La Habana)

Delante de una deliciosa burrata, S. me contó que por desviación familiar ella hace todo lo que emprende como si le fuera la vida en ello. Yo le hablé esa época de mi vida en la que salí a quemar las noches (breve etapa, convengamos, tirando a fugaz) y cuando me preguntaban ¿en qué trabajas?, yo respondía que era “reponedora de Ekonsum”.

-¿Y se lo creían?
-Creo que no mucho. Siempre he pensado que una reponedora debe tener un canalillo juguetón y dos buenas tetas.

En ese momento S. me dio la clave de sus gafas de Lennin: “Pues si yo fuera reponedora te juro que me pondría prótesis de silicona. Sería la reponedora total”.

Lennon sin sus gafas redondas no es Lennon, eso es lo que pensé. Y luego concluí que es una suerte rodearse de personas que entienden la vida como una sucesión de pequeñas misiones que le dan sentido. “A mí los vagos no me gustan nada, le confesé, quizás porque en mi familia -ya lo he contado- era el especimen más denostado y la diletancia se consideró siempre el octavo pecado capital”. Una variedad más reprobable que la pereza a secas. 

Hoy pienso que el funcionario cubano debe ser extraordinariamente feliz cuando cada noche se acueste pensando que ha cumplido su misión. Algo mucho más crucial que vigilar una estatua en un parque de La Habana carente de cualquier otro atractivo.

Porque Lennon sin gafas no es Lennon. Y contribuir a la identidad de un mito te convierte a ti en otro. Convengamos.