Mi querida Big-Bang:

Mi amiga M. se levantó ayer y se subió a la báscula: “Marcaba 66.6, el número de la bestia”. Las que siempre le buscamos tres pies al gato no podemos pesarnos tranquilas, ni jugar a las quinielas, ni pasear por las calles sin contar losetas moradas, saltando a la pata coja. Los números son una maldición.

Sí, M. no es que quiera ser una sílfide, es que es un shock verle la cara al Lucifer nada más abrir el ojo, si encima no has firmado con él un pacto de eterna juventud. Yo amaba a Dorian Grey, a Shirley Temple y hasta a Jesús Álvarez, ese hombre de los deportes de la 1 que lleva dos décadas descumpliendo años. Todos ellos están relacionados, vive dios, y yo voy a desenmascararlos.

Tener un objetivo me da alas. A falta de grandes gestas y después de pillar a mi adolescente en Tuenti cuando se lo tenía terminantemente prohibido, se me ha apoderado una vena chivata que te cagas, con perdón. Yo confiaba en que mis órdenes eran sus deseos, pero parece que son dos factores que van por caminos distintos, y no precisamente los del Mago de Hoz.

Llega un momento de la vida en el que toca claudicar un rato cada día. Ya no eres la que dicta procedimientos, ni la primera en ser besada. Ni virgen cada vez que te ama un cuerpo. Te incorporas a un mecanismo que no ha parado de rodar desde que el mundo es mundo, y eres su heredero universal, su víctima y su verdugo. Querrías decirle al que mueve la manivela que dé marcha atrás, que quieres estar atrapado en el tiempo y sentir que estrenas todo; la prisa, el fundamento, el exprimidor de tu abuela y la nostalgia de un presente que acabas de inaugurar. Y aquí apelo al panta rei de ¿Heráclito? y al gaudeamos igitur de la facultad.

Lo más parecido a la eternidad es la amputación del deseo de pasado. No, pensándolo bien no quiero volver a aquellos maravillosos años. Los primeros besos siempre son torpes, y el susto de volver a casa con suspensos no merece un revival, aunque sea con coletas y tersura en la piel. Yo quería viajar y lo hice. Quería ser rubia como Olivia Newton John y lo he logrado, si obviamos la melena y la sonrisa de pazguata (y a Travolta, por cierto). Quería leer todos los libros prohibidos de mis padres, tener los cajones desordenados sin que me los tiraran al suelo, pasearme por la casa en pelotas… Ser mayor y libre, sin enfrentarme con la báscula y con Lucifer. Ser ligera por deporte y por convicción, y disfrutar como una loca de leer de atrás adelante las matriculas de los coches o los palíndromos de los carteles publicitarios. Prueba superada.

Ser eterna, al menos un poquito cada mañana. Sentirme única para alguien. Despreciar a los temerosos y desafiar las reglas de la (buena) urbanidad. Volver si hace falta a los sitios donde fui feliz, eso que el Richard, tu predecesor, me advirtió que no hiciera.

Pues vuelvo, como el general Mc Arthur (?), y que dios reparta suerte. No sé qué me deparan los números hoy ni pienso subirme a la báscula para invocar al más allá. La rueda avanza, y hay pastillas para el mareo. A por todo, seas quien seas!