Mi querida Big-Bang:

¿Tiene sentido comprar lágrimas artificiales? Es decir, uno presuntamente llora de forma natural. O se reprime. Pero chutarse un sucedáneo de dolor, de emoción, con gotero, no deja de ser insólito. Lo mismo hemos inventado la solución salina para volver a sentir. Tú tienes el hígado atrofiado de toxinas que te han herido, que te han estremecido, que te han arañado pero no les has dado salida. Entonces abres el vial y dejas caer apenas dos gotas y lo siguiente es que te pegas una tupitaina de plañidera vocacional. Y sientes.

La inversión de la carga de la prueba es que uno no tiene que demostrar que el otro es culpable, sino que tú eres inocente. O algo así. Las leyes de la inversión no se dan en la física raquítica que yo no estudié. A veces el otro actúa con extremada mezquindad, y al invertirlo, resulta que lo único que tiene es miedo. Así me lo hace ver J., que se ha pasado la noche dándole vueltas a un enigma como el que busca cuadrar el círculo. Miedo a perder, miedo a enfrentarse con su hígado intoxicado. Miedo a llorar sin ayuda de un colirio.

Yo, para eso, tiro de Bach y de sus variaciones. Esto, dicho así, queda muy cultureta y se lo dedico a esos fans letrados que se desesperan con tanta frivolidad. La música es un colirio con mil aplicaciones. Como la buena literatura. O incluso la mala, que te hace llorar de desesperación. Mis libros de cabecera de la infancia fueron Drácula, de Bran Stoker, y Jane Eyre, de Charlotte Bronte. La magia y el romanticismo. Entonces no tenía mechas y leía compulsivamente, a escondidas. También lloraba a escondidas. Una educación sentimental fraguada sobre las cenizas de un vampiro y los gritos de una loca encerrada en un torreón no deja de ser sospechosa, digo yo.

Pero a ratos vuelvo a abrir las tapas de ambos libros y leo el grito de Nina, llamando a su murciélago con el cuello abierto. O la galopada del señor Rochester, que cae y se apoya sobre el hombro frágil de Jane, y avanzan hacia Thornfield desiguales y arrancando un sentimiento que sólo tendrá su desenlace 350 páginas después, con una gloriosa inversión de fuerzas. Y entonces lloro.

Te dejo, que debo reponer los colirios de mi ceguera ocasional. No olvides informarme de las contradicciones, quiero decir contraindicaciones, con el resto de mi botiquín emocional. Dos gotas, dos, están a punto de desbordarme de nuevo.