Vivimos tiempos convulsos, y hay que juntarse para ser felices un rato.

Cuando me pongo filosóficochunguita mis amigos salen corriendo. Lo comprendo. La convulsión se parece a la combustión en que si te acercas demasiado explota. Pero ayer una amiga muy querida me dijo llorando que cada vez que ponía un ladrillo en su vida se le caía una pared. Y en su desconsuelo había mucha verdad y le pedí que viniera a compartir sofá, manta y macarrones.

No vino, se quedó barriendo escombros y lágrimas, pero en su lugar lo hizo esa otra mujer que además de protegerme con su manta de rizos suele brearme bien para que no me oculte bajo mis certezas pret a porter. Llegó, saqué dos Coronitas (esa cerveza maricona) y desenfundé mi prosodia, mi retórica y todas esas armas de arsenal ligero mientras pegaba largos lingotazos a la botella.

-Bueno, ¿piensas hablarme ya de ti?, soltó la rizos mirándome con esa cara suya de “no te escapas, nena” o “no me hagas perder el tiempo, nena”, que lleva al paroxismo.

Cuando quiero salir corriendo me la encuentro a la vuelta de la esquina. Como en “Los tres entierros de Melquiades Estrada”. Y entonces no me queda otra que coger la piqueta y demoler una pared, puede que dos. Y ella siempre me tiende un ladrillo nuevo como premio. Las Chukis, que lo saben, la llaman “tía Alicia”, y celebran su llegada con abrazos porque intuyen que su madre es mejor persona cuando ella sale por la puerta.

En tiempos revueltos, insisto, hay que poner vitrinas con las frases de los que nos quieren. “Tú nunca me restas, siempre me sumas”, fue lo más amoroso que me dijeron ayer. Un día extraño en el que otro amigo se quedó sin trabajo y engrosó el parte de bajas que convierte la supervivencia en un milagro.  Luego, por la noche, sonaba en la radio esa mujer gritona del Gobierno Rajoy con las nuevas medidas de acoso laboral. Una reforma necesaria, seguro que sí, que hará que haya que aprovisionarse de mantas y macarrones humeantes para recibir heridos en las casas.

La crisis no es esa tabla de cifras que enseña el puñado de señores arrogantes que transitan los pasillos de Bruselas y atienden displicentes en ruedas de prensa donde las preguntas no marcan las respuestas. La crisis son amigos en la cuerda floja y esa sensación de vértigo bajo tus pies.

Y la solidaridad se parece mucho a las frases de amor de las galletas chinas que te alegran la tarde. A los ladrillos tendidos y a los macarrones.