Que me perdonen los románticos, pero esperaba la noticia del divorcio de Tom Cruise y Katie Holmes.

Cuando una mujer va con cara de pena dos pasos por detrás de su hombre bajito, y éste tira de su brazo en un leve gesto de dominio y autoafirmación machirula, se me encienden las alarmas. Tom necesita una esposa como yo necesito el Álmax que el Gobierno va a retirar de la lista de los medicamentos subvencionados. A Tom no le va lo de desfilar a pelo por la alfombra roja y de ahí que busque un brazo protector con silueta de sirena y escote palabra de honor. Un salvavidas modosito y de alta costura.

Desconfío de los hombres que se casan tres veces, de los que sólo buscan mujeres que den bien en las fotos y de los que sólo besan cuando hay un flash a la redonda. Tom jamás me pareció un tipo sexy, ni cuando lucía sonrisa ladeada en Top Gum, ese bodrio adolescente a cuyo estreno fui (invitada)y lo cuento consciente de que será una mancha indeleble en mi currículum. (Eso sí, me regalaron una gorra).

Tom era entonces, recuerdo, el galancillo debutante, el que luego batiría el Cocktail antes de dedicarse a hacer otros blockbusters entretenidos de cierta altura o Walkyria, aquella peli de nazis en la que no estaba nada mal. Lo más cerca que estuve de amar a Tom fue en “Entrevista con el vampiro”, donde encarnó a un Drácula moderno y morboso,  su único papel sexual (sí, en “Eyes wide shut” era eróticogrotesco).

Digo esto para que no se note mi inquina hacia ese personaje que adivino listo y avezado business man, pero de quien nunca colgué póster ni forré carpetas con su cara. Lo imaginaba controlador y desabrido, capaz de seducir a una dama con todas las triquiñuelas de un falso Casanova. El clásico hombre que te divierte y seduce calentorro en una cena pero se excusa a la hora de llevarte al huerto porque mañana tiene que madrugar. Tom quería colocarte un anillo en el dedo y tener contigo una hija a la que presentar urbi et orbi en la portada de Vanity Fair: “Yes, Suri,she is our baby”, rezaba esa foto en la que la pareja rezumaba satisfacción y la futura it girl yacía entre ambos como prueba de que ese matrimonio había logrado su propósito.

Después de Suri, imagino que el paripé dejó de tener sentido y la Cienciología prolongó su alargada sombra sobre la pareja. Katie desapareció y quedó condenada al papel residual de señora que saca al parque a su niña vestida de Chanel. Una madre perfecta y bella que ni cuando sonreía dejaba de parecer triste.

Y entonces Kate fraguó su venganza. Volvió al cine y fue una niña respondona. Dejó los vestidos largos y se calzó unos vaqueros anchos y un jersey que le permitía por fin respirar. Y puedo imaginar que a Tom no le gustó ni un poquito ese gesto de independencia de la princesita a la que regaló un castillo para casarse. Barbarroja Cruise estaba a punto de perpetrar su tercer divorcio, sin saberlo. La pelirroja Nicole Kidman huyó a tiempo, pienso. Tenía demasiado carácter. Pero la sumisa Katie ha resultado que también.

Doy mi más sentido pésame a Hollywood. Ayer se divorció Johnny Deep de Vanesa Paradis y hoy le toca a otro mito andante.  A los que adoramos el cine clásico siempre nos gustaron otras parejas (mi favorita, la formada por Katharine Hepburn y Spencer Tracy). Parejas imperfectas, no tan bellas, no tan design… 

Esta noche veré en su honor “Adivina quién viene a cenar esta noche” y “La costilla de Adan”. No diréis que no soy una romántica…

(Brindo por ti, querida Katie Holmes. Espero que hayas salido indemne del mordisco del vampiro)