Sostiene solemne mi mentora que “cuando el amor se va, lo que tiene que llegar es dinero” y nos partimos ambas de risa con la sentencia, más propia de una deriva de café a deshoras que de un plan de negocio vital.

Desprovista de cualquier ápice de romanticismo convencional, la realidad se rinde a la evidencia y entonces empiezas a entender que se puede amar locamente el conocimiento, la experiencia de un paseo en soledad por el claustro de un pulmón del saber castellano  donde sentaron cátedra Unamuno, Fray Luis de León o Francisco de Vitoria; la somnoliencia tibia del regreso en un tren por campos yermos o la paciente espera de maleta varada en el vestíbulo a la espera de un arrebato de compasión también llamado orden.

…Todo eso, aún mejor si además vives conectado a la realidad de las facturas, los apremios de la cocina y las reuniones que alumbran proyectos por los que te pagan a fin de mes. Y sin taparte la nariz. Ora et labora.

En el capítulo de urgencias mañaneras, la poesía postergada a los apremios: Responder mails atrasados (hecho), leer los periódicos (hecho), investigar las carencias de despensa y nevera (hecho), saciar al insaciable Brontë (ídem)… Salir en un rato a trotar a su paso nervioso y seguir, tal vez después, colgada de “La utilidad de lo inútil” (Acantilado), el ensayo de Nuncio Ordine que llegó en forma de gentil regalo y que repasa a través de filósofos de ayer la visión de lo inútil frente al utilitarismo. La música o el arte versus el tenedor y la cuchara.

Hay una tentación entre sus páginas que, sin embargo, me provoca antesala de urticaria. La elevación del artista que “se bate por nada”, frente a quien busca el beneficio material. Idealistas o materialistas? ¿Amor o dinero? ¿Impulso creador o cuenta de resultados? La perversión de las tentaciones antitéticas ha hecho mucho daño a la humanidad, pero de eso no se habla en estos días en los que desayunaremos proclamas políticas y cenaremos lo mismo al estilo ropa vieja, un mézclum recidivo que sólo por engaño papilar es diferente.

La fascinación de lo inútil, sí, pero no de quienes abrazan la inutilidad, arte o saber como una bandera a costa de los demás, esos “esclavos”. El romanticismo exacerbado sin conexión a la tierra es onanismo, me acabo de inventar. Ya vendrá quien apenque, lo miraré con altiva condescendencia mientras compongo endecasílabos y recito y recito hasta desgañitarme sin pedir la limosna que luego cogeré alevosamente, juglar con escudilla de diamantes de pega.

Mi mentora es muy sabia y lanza titulares como quien cita versos deslenguados. Me gustaría verla delante de Cioran, afeándole tal vez la cita en la que habla de “la obsesión insípida por ser útiles”. Diría, me parece, que se puede ser poeta y vivir del perfumado aire de las palabras si asumes tu destino sin libar la sabia del otro, a no ser que ese otro se apellide mecenas y entienda de su oficio mortal y consecuencias.

Diría que no hay que confundir fascinación con limosna, amor con dependencia, dinero con pecado. Diría que de matices se llena el depósito de la cordura. Diría que pequé de ceguera, y rezo en penitencia y dejo velas prendidas por todas las iglesias. Que no hay nada más útil que disponer de un tiempo necesario para perder el tiempo sin que otros atiendan nuestros pagos. Que poesía eres tú, si escribes y te sudas los poemas, sin poner adjetivos a quien ora y labora sin más arte que llegar a fin de mes haciendo malabares, en pro de una fatigosa independencia que para mí es la base de la vida y casi del amor o de la muerte. Lo dice sin decirlo mi mentora. Y sólo con amén yo la despido.