Mi querida Big-Bang:
Últimamente no hago más que escuchar a gente que se cita a sí misma: “Como digo yo…” Entiendo que es envidia tiñosa por no tener categoría para un mayestático a lo Papa Benedicto, pero me produce urticaria. Tanta, como escuchar el verbo “descambiar”. Ahora es cuando saltas encima de mí para recordarme que está en el sagrado diccionario, ya, pero de toda la vida decir descambiar era vulgar. Y esos académicos que le han quitado el acento a truhán no tienen para mí tanto predicamento.
Recuerdo los libros de Lázaro Carreter como una buena pesadilla. Como decía él, lo que diferencia al hombre culto es su capacidad de variar de registro. A mí el registro del descambio no me sale, así que me confieso profundamente inculta. Hay palabras que se atragantan o, como dice mi chuki pequeña, “se hacen bola”. Y como no tengo trazas de anoréxica no puedo salir a vomitarlas. Las empujo con pan y un trago de vino.
Claro que sé que la batalla está perdida. Chuki mayor utiliza con asombrosa liviandad algunas perlas que apunto para hacerme la guay entre sus amigas. Esas tipejillas de la cofradía de la raya en el ojo y la melena planchada: “Mamá, no te motives, anda” quiere decir que no me emocione. Pero como las palabras cambian la realidad ando abúlica por la casa sin motivación ni ganas de descambiarme para ser más moderna y actual.
Ya puestos, como a mayestática no llego, voy a adoptar el lenguaje y la ortografía que me dé la gana. Acentuaré fé, que es algo que me tienta de toda la vida. Y diré “hambunguesas”, “siriveta” (servilleta) “la regaliz” o “un sorpresa”, como se ha dicho intramuros de toda la vida de dios. Me declaro reaccionaria, revolucionaria. Pido la guerra y la palabra.
Y pienso hacerme la sueca en la cofradía del “como digo yo”, aunque terminen “descambiándome” por otra rubia mechada más complaciente.
Señoras, señores, es hora de ajustar cuentas con Lázaro Carreter, que tan malos ratos nos dio en la infancia. ¿Motivada yo? La que más…