Salí de ver “La Teoría del todo” haciéndome una pregunta: ¿Qué es mejor/peor, que tu mente se eche a perder mientras tu cuerpo rebosa salud (demencia) o permanecer perfectamente lúcido contemplando cómo tu cuerpo degenera y te somete a la tortura de la consciencia más brutal frente a la degeneración irremediable que te devuelve el espejo? (la ELA de Stephen Hawking)

Susto o muerte, desde luego.

Hay un momento crucial en la enfermedad del Alzheimer en el que el paciente sabe que está perdiendo la partida y sufre profundamente. La luz a ratos se enciende y a ratos se apaga. Luego entra en el mundo de las sombras.  Mientras preparaba un reportaje sobre el tema recuerdo que Victoria Prego me contó que su padre, un día, se quedó mirando a su madre y le dijo: “¿En calidad de qué está usted en esta casa?”. Y esa frase aparentemente anodina fue un golpe, la señal irrefutable de que aquel hombre estaba siendo derrotado por la desmemoria.

Hawking sigue siendo capaz de alumbrar teorías gracias a un instrumental lleno de cables y mecanismos que transforman un leve impulso de sus dedos en una frase pronunciada por una voz metálica. Y desde la osadía del desconocimiento me parece tan admirable como dramático. De tenerle delante le preguntaría si es posible sentir algo parecido a la plenitud (evitemos la palabra felicidad) con tantas limitaciones. Si la superación puede sustituir o ser un sucedáneo de ese rapto de ordenar a tu brazo que se extienda y coja una mano, acaricie una mejilla o se quite los pantalones. Que tus deseos sean órdenes.

Le preguntaría cuántas veces ha deseado morir. Qué pasa cuando uno es todo cerebro y corazón y la corporalidad es un amasijo de órganos retorcidos y supongo que dolorosos. Cuál es la derivada, la integral  que explica la resistencia, la rabia o la aceptación.

Y le diría que entiendo que no crea en dios. Ni en nada que no se explique con una ecuación simple -su obsesión- Porque los números son su fortaleza frente al avance del destino. 

En la película de James Marsh llega un momento en que no ves a Eddie Redmayne haciendo del físico británico, sino al propio Hawking tal y como lo recuerdas. Contorsionado de sí mismo, con esa sonrisa que es una mueca y encierra tanta lucidez como ironía. Imagino que es un candidato firme al Oscar, yo se lo daría. A su lado, Felicity Jones hace lo que puede, que no es poco,  pero ves que pasan los años y sigue pareciendo una adolescente, lo que me parece un gran error. Saber envejecer es un gran ejercicio de interpretación que va más allá del maquillaje. 

Me pareció soberbia y envolvente la banda sonora, me transporté a Cambridge, a la estirada comunidad científica que escoge desplazar al sentimiento para llegar al número. Me sentí alejada de esas mentes que sin embargo admiro que no se dejan seducir por la impresión, que cuando se les apodera una intuición poderosa buscan con denuedo un soporte matemático que la sustente. Volví a entender por qué me atren los hombres que bailan con cifras más que con palabras. Porque yo nunca sabré componer esos pasos. O porque albergo la fantasía absurda de que son más firmes porque están acostumbrados a demostrar y a demostrarse. A no avanzar sin dejar bien sustentados los cimientos. Como si la disciplina de la ecuación les impidiera tropezar y hasta mentir, ya veis qué tontería. 

La teoría del todo y de la nada. Si a Hawking le quitas esa épica con moralina de la superación y blablabla te quedas con que la vida sin cuerpo es una mierda aunque tenga sentido. Los números no besan. Y los premios y aplausos del público, supongo que tampoco.