“Las mujeres envidiamos la felicidad de las otras mujeres. Los hombres, la posición social de los otros hombres”.

Ayer, en una clase del curso de liderazgo no apta para mentes inquietas, tuvimos que escuchar una sarta de generalidades bobas sobre ambos géneros extraídas de un libro de autosuicidio de esos que tanto me gustan porque arden bien en las papeleras. No conozco aún una sola máxima sobre géneros que no me parezca falaz, irritante, maniquea, low cost, cimentadora de falsas creencias y cercana a una charleta Tupperware de señoritas desocupadas que se ríen de los maridos para matar el rato a la hora del café. O de hombres que menosprecian a sus mujeres para trepar en consideración social en el club social del chiste fácil de oficina.

No sé qué envidiamos las mujeres, habría que preguntar a cada mujer. Yo suelo envidiar las cinturas afinadas, las melenas tupidas y la estabilidad de pareja. Pero no la felicidad ajena, que encuentro contagiosa y tonificante. Y siento bochorno cuando escucho en una clase falacias basadas en observaciones pret a porter más propias de un blog (véase) que de una sesión didáctica de altos vuelos.

Una vez alguien me dijo “las mujeres y los nacionalistas siempre queréis más” y me reí mucho. Me pareció ocurrente y bien traída. Luego, con el tiempo, entendí que hay hombres que prefieren mujeres de poco mantenimiento. Mujeres diésel, para entendernos. Que no necesiten demasiadas atenciones. Que les baste con un wasap o una cena con velas. Que no demanden la voz y el abrazo. El cariño intempestivo. Que sean autosuficientes hasta en la cama.

Hay mujeres, sin embargo, que matarían por un palco en el Real con un elegante caballero a su siniestra aunque no les apretara la mano. Y mujeres que se niegan a estar con alguien por estar, como apéndices tristes o coristas demacradas de orquesta de pueblo.

Las mujeres con pasado y los hombres con futuro son las personas más interesantes“. De todas las frases que he buscado para sacudirme la caspa intelectual de ayer, me quedo con esta de Chavela Vargas. Aunque no la comparto del todo. Yo diría que me gustan las personas con pasado que siguen confiando en el futuro. Los hombres y mujeres que jamás están de vuelta. Las voces que provocan un chispazo en tu cerebro y es una revolución, una certeza. Las mujeres cómplices que no ven en las otras rivales, amenazas. Y también, y sobre todo, los hombres sabios que entienden que toda mujer, incluso la más aguerrida, la más segura, la más diésel, necesita poderse derramar un rato cada día. Sacar al sol la bandera blanca. Compartir estremecidas el miedo a marearse, el miedo a perderse, el miedo a sentir miedo. Y eso no las hace débiles, sino personas. Como a ellos.