El portero goza de un poder inusitado en nuestros días.

Cierto portero de casa señorial ma non troppo acostumbra a estropear la caldera cuando se enfurruña con los vecinos, de manera que cuando ellos se levantan con sus legañas y su desaliento mañanero, se encuentran un jarro de agua fría en la ducha por gentileza de Pascual, de Sebastián o de Jose. Ese hombre que vigila sus movimientos, sabe cuándo entran y cuándo salen, qué supermercado les sirve la compra y a qué novios suben las niñas a casa para un revolcón o una cena con velas.

La garita del portero de fincas resume su soledad escueta y vacía. Rellena de lo que pilla acá o allá: una charla de rellano entre vecinos, el pis que el perro abandonó a su suerte en una alfombra o, y esto es lo más excitante, una carta de amor que nunca llegará a su destinatario.

“De repente, un extraño”

Cuando lo del agua caliente se le antoja poco castigo, pasa al plan B: dejar de recoger tus multas. Así, con suerte, te tocará ir a donde Cristo dio las tres voces para pagar en metálico el peso de tus infracciones: “No estaba en casa usted las tres veces que se las llevamos, señorita”. Ya, pero él si estaba.

Llega la Navidad y el hombre se pasa tres semanas previas arrebatándote el carro de la compra dos manzanas antes de llegar tú a casa. Piensas: se le ha reblandecido el corazón. Pero al parecer no. El impulso se llama posible aguinaldo a la vista. Y pobre de ti cuando no ejecutes su sueño. A la venganza del agua y de las multas podría añadir la de las cucarachas (Sí, él también ha visto, como tú, la película “De repente, un extraño”).

Si encima tiene tu llave, el peligro se multiplica. Pero claro, la vida moderna obliga a peligrosas ausencias y puede suceder que tu hermana llegue de viaje a una hora tan intempestiva como las cuatro de la tarde y, como no hay nadie en casa en pleno mes de agosto, se atreva a llamar a la casa del portero. ¿Y usted quién es?, rezonga la portera mirando con desconfianza a la pobre, que suda y arrastra una maleta. “Soy la hermana de X”. “Ya, pues yo no tengo las llaves y mi marido no empieza hasta las cinco. Se va usted jodiendo” (Vale, esto último no lo dice exactamente así, pero lo piensa).

Se me ocurren cientos de títulos de película para mayor gloria del personaje. “Portero de noche” moló, sí, pero debemos reconocer que el mérito era todo de Charlotte Rampling, esa diosa. “De repente un portero” sería una buena secuela de la peli que antes mencioné. “Llama un portero” reúne los ingredientes básicos reunidos en la triple S: Simple, sugerente, sensual. Y “Memorias de un portero de fincas” huele a best seller que apesta, ¿o no?

¡Esto lo añado porque me encanta!

Sin duda una portería, lo que se ha llamado toda la vida “el chiscón”, sería una atalaya privilegiada  para mis variaciones matutinas. No tendría más que plantificarme dentro a ir viendo cómo pasan los vecinos con sus cuitas, mangar tres o cuatro cartas elegidas al azar, quedarme con los paquetes de sex shop del del quinto -a ver si tiene cuajo de reclamar- y tomar buena nota. Con ese material de casquería muy mal se nos tiene que dar para no parir la gran novela de los tiempos. Esa que nos recuerda que cuanto más nos protegemos menos a salvo estamos. Porque el gran hermano del chiscón -atención, editores y productores de cine- está siempre ahí, vigilante y con un dedo en el botón de la caldera.

PD. Vale, debo protegerme de posibles insultos y mencionar que hay ejemplares de portería adorables. Muriel Barbery lo sabe y así lo plasmó en “La elegancia del erizo”.  Pero era una portera.