No hay nada como creerte ganador para conseguir que te elijan. Recuerdo a Rose Mary. Una chica flacucha y de piel verdosa que un día decidió sentirse guapa y con el cambio de actitud llegó su victoria. La cetrina Rose Mary tuvo que quitarse de encima a tantos hombres que andaba escondida por las calles de su ciudad, víctima de su propia fascinación.

Sus padres la habían llamado así por la protagonista de “La Semilla del diablo”. Pensaban que el nombre te predispone en la vida. Que, si te llamas pongamos que Manolo, terminarás regentando una frutería. Que una Matilde tiene todas las papeletas para ser costurera y que (Sarah)Jessica sólo hay una que esté buena y reparta chic como reparte sexo en Nueva York. El resto son objeto de parodias de madres que las llaman a gritos desde la ventana: “Jesiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii”.

En mi infancia los nombres top eran Mari Carmen, José María, Pilar, Conchita, Silvia. Parecían sacados de la postguerra por su extremada sobriedad. Las Vanesas tardarían en llegar, como el tanga y el Wonderbra. O armadas con ambos.

Si te llamas Mariano, un suponer, partes con grandes opciones de ser cura. “Fray Mariano de Bélgica, mártir por la causa del sarampión“. Tu triste figura deshilachada saludará desde esas estampitas que tu tía la monja te regalaba en Navidad, con una leyenda en el reverso: “fray Mariano repartió su bondad por doquier y sanó de paso a tres niños con escarlatina. Reza tres padres nuestros para que su espíritu interceda por la salvación de tu alma pecadora”.

De no ser cura, Mariano hubiera sido fresador, granjero, opositor eterno con jersey marrón y pantalón de tergal. La última opción en la lista de Rose Mary la maciza verdosa. Hubiera permanecido virgen hasta muy avanzada edad, se habría enamorado hasta las trancas de su vecina, a la que jamás dirigiría la palabra cuando se cruzara con ella en el descansillo, colorado como un cangrejo. Habría desarrollado cierta habilidad para el sarcasmo o la retranca, se habría armado para ser el amigo de las chicas, ese que llega a donde no llegan otros pero sin meterles mano. Y, año tras año, habría ahorrado con tenacidad para comprarse un pisito. Una vida apasionante, épica en su grisura.

En lugar de eso le pasó como a Rose Mary. Quiso ser líder y ensayó frente al espejo gestos decididos y expresiones de estadista aficionado que en sí mismas no decían nada. Daba igual. Era un corredor de fondo, no olvidemos su vis de opositor, y esperó a que las aguas se pusieran turbulentas para cruzarlas con música celestial. Y las multitudes lo aclamaron, y la vecina de entonces se echó a sus pies pidendo que la poseyera. Y se excitó con su propia transformación. Y rompió las estampitas y tiró su ropa marrón a la basura, pasándose -eso sí- al beige.

Padres y madres del mundo, sabed que el nombre es la primera lacra, el primer fogonazo del destino. La etiqueta del pescado, el saludo a la gloria o al infierno.

Y si te llamas Mariano hay rimas inevitables con las que tendrás que convivir. Pero el resentimiento es un motor, un estímulo, un acicate de alto valor. Y llega el tiempo de los cetrinos…