Hay dos clases de rebeldes,
los que saben algo y los que no saben nada y se rebelan contra todo
“.

Se llama Mario Bunge , es argentino (nacido en 1919) y filósofo de la ciencia.  Los rebeldes vocacionales forman parte, asegura, de la rebelión de los ineducados. El problema de fondo es la educación dogmática que todos recibimos. “Se enseñan ideas, pero no se enseña a discutirlas. La finalidad de la
educación es educar, no evaluar
“.  Anoto dos o tres obras suyas para explorarlo y vuelvo a sorprenderme del alcance abisal de mi incultura  ensayística. Anoto también que debo hablar con  J.E de este tipo que se atreve a cuestionar el psicoanálisis por tratarse de una “pseudociencia supeditada a la aceptación acrítica de la
doctrina de Freud como argumento de autoridad
” .

Todos conocemos a personas que funcionan a la contra. Su identidad parece forjarse en un ring a veces sin contrincante donde ven puños fantasmales por doquier. Son gente con rabia en las venas y el día que descubren que los gigantes eran molinos se quedan en nada y salen a buscar víctimas para clavar su aguijón envenenado.

Además de tóxicos, suelen ser de una intensidad densa como un yogur griego azucarado.

Leyendo hoy a Bunge me ha dado por pensar que el activismo, quizás, se alimenta de una proporción incalculable de ineducados. Seres dispuestos a salir a la calle y volcar su agresividad en pro de una causa, sin una gran reflexión previa. Sin cuestionar sus principios, empatizando con ellos a ciegas. Son, tal vez, la masa de muchas rebeliones, y con su furia consiguen olvidar los porqués de las batallas. No son todos los descontentos, desde luego, puede que sean una minoría, pero dotados de un arma letal, la rabia, que siempre dispara porque siempre sale sin anilla de seguridad.

Me doy cuenta de que huyo de los rabiosos por miedo al contagio y porque cuando un rabioso te muerde y no te convierte en vampiro suele arremeter contra ti una, dos, incontables veces. Y te llama frívolo o menosprecia con ese gesto de “tú eres una ingenua, chitina, que mira hacia otro lado y no se compromete con los males de este mundo”.

A un rabioso siempre le pareces mal. Y a veces consigue convencerte de que lo que haces, y  sobre todo de que lo que dejas de hacer,  está mal.

Mario Bunge (EL País)

Sospecho que los grandes activistas son tolerantes. Desconfío de la mayoría de los tertulianos, de la mayoría de los políticos (sobre todo en campaña), porque van con la mecha encendida y un bidón de gasolina mientras entonan proclamas fáciles para cocientes intelectuales fácilmente inflamables. Sospecho, digo, de los rabiosos y, cuando me invade la rabia, sospecho de mí misma y me lo hago mirar con ayuda de Freud, de Lacan o de algún pseudocientífico de los que cuestiona Bunge. Y cuando recupero la paz es una fiesta. Un paseo al amanecer con hierba perlada de rocío. El silencio. La calma y el dulce fragor de la tolerancia.

P.D. La diferencia entre un indignado y un rabioso es que el primero ha reflexionado el por qué de su indignación y le construye cauces. Ambos están heridos, pero uno  pone palabras y gestos a su impotencia,  y el otro se regodea en ella y la hace estallar. Y a veces, demasiadas, deja un reguero de heridos…

P.D.2. Compruebo que este texto me ha salido un poco rabioso. Debo leer a Bunge urgentemente…