Giacometti y Caroline

Una mujer semidesnuda se encoge y se expone a las divagaciones del artista. Ella es una puta de Montparnasse, tiene veinte años y quiere un descapotable rojo. Giacometti la complace, acaba de arrancarle hasta los higadillos del alma en un dibujo y está feliz. La pura posesión no es tenerla a su lado, escuchar el hálito de su respiración, sino poseer su imagen en trazo a la deriva. El artista morirá con ella a los pies de su cama, cerca de su legítima esposa, y de su hermano, en una puesta en escena de eroticocivismo donde sólo falta un incesto para rozar la perfección.

Anoto un autor y un libro: Franck Maubert en La última modelo (Acantilado). No lo compraré, seguramente,  pero el acto en sí de apuntarlo es una posesión que me complace. Ando enredada en Giacometti y se me aparece como esas embarazadas recurrentes cuando tú lo estás o quisieras estarlo. Ayer, en la clase de inglés, debatimos sobre motherhood, ese gran tema pasto de lugares comunes, cobardías inconfesables, algodón rosa chicle y aburrimiento hasta la naúsea:

-A los 19 años decidí que no quería ser madre. Fui al médico y se lo dije: haga algo, algo definitivo.  El hombre me miró preocupado y me dijo: “piénsatelo, eres muy joven y podrías cambiar de opinión, suele pasar”. Tengo 52 años y jamás he sentido el deseo de un hijo, ni sombra de arrepentimiento.

Aplaudí su valentía, mis compañeras nos miraban con cierto estupor. Entre ella y yo se había generado una corriente de inmediata simpatía, como otras veces. No creo en la llamada de la maternidad. Sí en la determinación o en la inconsciencia. Recuerdo a la Enfermera del amor, hace unos años, preguntándome en calidad de interlocutora válida por el hecho de tener dos hijas cómo se sabe que tu cuerpo te está pidiendo un hijo a gritos. Que es el momento.

Fray Angelico, Anunciación

-No se sabe. Eso es como esperar al ángel Gabriel, que descienda y te haga el anuncio de marras  en plan cuadro de Fray Angelico… Lo que el cuerpo te pide es sexo, grita retortijones, desea comida, bebida..y abrazos, pulsión de amor que no tiene por qué ser reproductivo.

Ayer, en clase, solté en la lengua de Shakespeare más macarra que tenemos hijos por miedo, porque es lo que toca, por influencia cultural y social, por espantar la muerte, porque nos lo dicen El Corte Inglés o Ikea, porque queremos amor cautivo, porque así ponemos dirigir una tropa sin galones…(¿Ligarse las tropas?). Y sin embargo ese vacío de quienes no han sido madres y lo cuentan prospera como las cancioncillas del verano. Y claro, es gratis ponerse radical cuando a dos pasos duermen una adolescente agitada y una joven muy bella a punto de sacarse el carnet de conducir, con novio y con vaqueros desgastados:

-Me catearon porque entré mal en una rotonda. Obligué a frenar a uno que venía.
-Chitina, ya sabes que en esta familia tenemos la maldición de las rotondas. Yo sigo padeciéndolas veinte años después de aprobar el carnet. (y aquí interviene la enana: “Lo sabemos, las rotondas de Asturias las das tres veces hasta tomar la salida, y aun así te equivocas”).

Giacometti se obsesionó con las cabezas y las putas, nosotras con las rotondas. Simbolizan Ítaca en mareo. Nunca se llega a nada en esos bucles de carretera donde algunos colocan las esculturas más tenebrosas y kitsh (sólo Guadalajara merece una ruta de adefesios escultóricos, aunque las de los alrededores de Benidorm te dejan directamente en shock anafiláctico). Las obsesiones de cada uno dan pistas sobre quiénes somos. (Madre, artista, cobarde, rebelde, escultor, profanador de tumbas…).

Rotonda Guadalajara

-¿Por qué tuviste hijos?
-Por espantar el fantasma de una soledad que me seduce y me abre la puerta de un descapotable rojo con un destino cruel, un precipicio. Estrellarse contra una de esas esculturas o en su defecto contra un puente de Calatrava.
-Por qué tuviste hijos, te pregunto.
-Para que la de la mitosis saliera un mejor yo que ya no fuera yo, por asistir al espectáculo de sentir que una vez fuera no son tuyos, y sin embargo te duele la tripa si les duele. Y te asustas si no llegan de noche. Y te pierdes el día que se pierden.
-¿Por qué tienes hijos?
-Yo qué sé. Ya no es momento. Son, están, los amo. Ponen a prueba los contornos de mi ego. Me distraen de mí misma… No podría ser ya de otro modo. Elegí esa salida en la rotonda. Aún ando dando vueltas.

“Me di cuenta de que nunca podría hacer otra cosa que una mujer inmóvil y un hombre caminando”. Giacometti.