El gobierno de los tecnócratas se parece a un hombre que repartió sus talentos entre sus tres hijos lerdos. “A mi vuelta me tendrás que decir qué hiciste con ellos”, le dijo a cada uno.

El primero los puso a plazo fijo y vivió miserablemente rezando para que el banco no se declarara en quiebra. El segundo invirtió en Tesoro Público y vigiló que su Estado no fuera devorado por los perros del déficit. El tercero lo apostó todo en el mercado de futuros y se enrolló con la banca. Esa mujer con curvas que hace sentir al más miserable que está bueno y es listo como él solo. No rezó, para qué. Pensó que si venían bien dadas sería rico. Y si no, se habría tirado a la rubia.

El Antiguo Testamento es un pozo de sabiduría. Lo saben los ateos, especialmente. Una parábola encierra la moraleja imprescindible para ir tirando en tiempos de apocalipsis. Toca cruzar el mar Rojo, pelearse con los filisteos, convertirse en estatua de sal y, si está de dios, morir y resucitar en la zona noble de la Biblia. Pero con los talentos no se juega.

Claro que esos seres sin alma llamados “los mercados” son jugadores profesionales. Tipos oscuros que se pasean por los casinos del mundo jugando partidas simultáneas de black jack que en realidad son de ruleta rusa. Recuerdo una secuencia estremecedora de El Cazador (Michel Cimino). Esa en la que mi idolatrado Christopher Walken se apunta a los sesos con una pistola, con la mirada errática del que no tiene nada que perder. No he podido volver a verla, me provoca pesadillas.
El Casino se parece al infierno de Dante. Al fuego eterno de Mefistófeles. Pero ahora ardemos todos juntos, allá adentro, más o menos chamuscados según el círculo donde hayamos caído. Hay un ruido ensordecedor, sin melodía. Y de cuando en cuando un político mendaz hace un panegírico de sí mismo y propone un plan de fuga que nadie se cree pero que algunos aplauden en su desesperación.

 El tecnócrata es un señor -raramente una señora- muy aseado que duerme poco y en sus horas libres ejerce de trilero. No resulta sospechoso porque se perfuma, transita coches negros impolutos y bebe agua mineral antes las cámaras de televisión. Su país, el mundo, es un tablero del RISK lleno de fichas que debe conquistar, tragarse, vomitar o defecar, según el momento.  No se le conocen pasiones. No transpira. 

El reino de los tecnócratas es la pesadilla de Marx. Una ruleta rusa donde todos somos C.Walken pero no nos hemos enterado. Y donde algunos se están forrando a comisiones por cada disparo. Vean la excelente película “Margin Call”. Son esos tipos. Ya existían en el Antiguo Testamento.