Hacerse un Púertolas = desaparecer del mundo. Quedarte en el sofá de casa y dejar que pasen las horas. No es un gesto estrictamente depresivo, sino diletante y un punto ceremonioso. Puértolas, aclararé, era el segundo apellido de mi abuela, una maestra del apoltronamiento que solía aislarse para luego plantarnos queja porque no la habíamos llamado: “Llegaréis un día y me encontraréis muerta en el sillón”. Apuertolada y tiesa como la mojama.

Cada familia tiene un diccionario propio. En la mía, que somos muy de alambicar las palabras, podríamos publicar un par de tomos. Creo que lo que nos hace familia  es disponer de un territorio único, también de palabras, donde nadie más puede pisar. Las Chukis lo tienen claro y llaman a los viernes alternos “la noche de las chicas”. En realidad, en casa todas las noches son de chicas, pero la denominación enfática tiene que ver con que esos viernes no nos mola que venga nadie. Sólo el repartidor de la pizza.

Una noche de chicas se caracteriza porque, aunque en el salón haya dos sofás, nos empeñamos en caber las tres en uno. Bien espachurradas y escuchando las protestas de Minichuki porque  su hermana estira la pierna y le altera el campo de visión. Otras veces el problema es que ella tiene piojos y se siente rechazada cuando aproxima su cabeza a la nuestra. Pero hay un momento álgido en el que nuestros tres cuerpos se adaptan al espacio en un tetrix amoroso al calor de una película clásica. Y es perfecto, y uno se siente más familia que nunca.

Agua rica

¿Quién prepara un agua rica? es otra frase recurrente. Cada noche bebemos una infusión -único rasgo hierbas de la casa- y levantarse del sofá tetrix a prepararla es un esfuerzo sobrehumano. Así que nos lo jugamos a los chinos -¿es racista la expresión?- y la que pierde camina a la cocina rezongando porque sabe que a la vuelta no conseguirá recuperar la postura fetén y tendrá que terminar el melodrama con una rodilla clavada en algún lugar de su anatomía.

Supongo que todo esto viene a que mis chukinas inician hoy la tanda de vacaciones navideñas con su padre y el cuerpo me pide a gritos hacerme un Puértolas. Sí, es estupendo recuperar el tiempo sin obligaciones fmiliares, pero echaré de menos las disputas de sofá y el agua rica para tres. También las peleas porque mi adolescente ha vuelto a robarme la ropa o le ha prestado a una amiga mis mejores zapatos. Nadie me llamará esta noche para que le haga “la croquetilla”, o sea, para que la envuelva en el edredón rodeándola con mis brazos, y nadie me pedirá “mami, levántame a las seis para meterme un rato en tu cama”.

Lo que nos hace familia son los rituales más básicos. Comprar los churros cuando vuelves de correr un domingo por la mañana. Comprobar que han hecho los deberes. Esconder el pimiento en las lentejas para que se las coman sin protestar. Negociar los términos de un plan cultural para que tus hijas no perjuren en el autobús y las señoras te miren raro. Esconder el maquillaje porque la ladronzuela de 16 años se lo echa a escondidas y en grandes cantidades. Aplaudir el último disfraz de Minichuki -abogada/espía/Batman, ayer mismo-  Cerrar sus maletas porque ya se van. Otra vez se van.

Hacerse un Puértolas pensando en la abuela…

P.D. Este es uno de los temas favoritos de las Chukis cuando vamos en coche. Va por ellas.